ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 17 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Segunda Corintios 8,1-15

Os damos a conocer, hermanos, la gracia que Dios ha otorgado a las Iglesias de Macedonia. Pues, aunque probados por muchas tribulaciones, su rebosante alegría y su extrema pobreza han desbordado en tesoros de generosidad. Porque atestiguo que según sus posibilidades, y aun sobre sus posibilidades, espontáneamente nos pedían con mucha insistencia la gracia de participar en el servicio en bien de los santos. Y superando nuestras esperanzas, se entregaron a sí mismos, primero al Señor, y luego a nosotros, por voluntad de Dios, de forma que rogamos a Tito llevara a buen término entre vosotros esta generosidad, tal como la había comenzado. Y del mismo modo que sobresalís en todo: en fe, en palabra, en ciencia, en todo interés y en la caridad que os hemos comunicado, sobresalid también en esta generosidad. No es una orden; sólo quiero, mediante el interés por los demás, probar la sinceridad de vuestra caridad. Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza. Os doy un consejo sobre el particular: que es lo que os conviene a vosotros, ya que desde el año pasado habéis sido los primeros no sólo en hacer la colecta, sino también en tomar la iniciativa. Ahora llevadla también a cabo, de forma que a vuestra prontitud en la iniciativa corresponda la realización conforme a vuestras posibilidades. Pues si hay prontitud de voluntad es bien acogida con lo que se tenga, y no importa si nada se tiene. No que paséis apuros para que otros tengan abundancia, sino con igualdad. Al presente, vuestra abundancia remedia su necesidad, para que la abundancia de ellos pueda remediar también vuestra necesidad y reine la igualdad, como dice la Escritura: El que mucho recogió, no tuvo de más; y el que poco, no tuvo de menos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo sentía una deuda de reconocimiento ante la comunidad «madre» de Jerusalén, que estaba atravesando un momento especialmente difícil. Podríamos decir que todavía hoy sentimos la urgencia de esta deuda ante el drama que está viviendo toda la tierra de Jesús. Para ayudar en esto, Pablo había organizado una colecta en las comunidades que él había fundado. De ese modo Pablo no manifestaba solo la solidaridad de las demás comunidades con la de Jerusalén, sino también la comunión con los demás apóstoles. La fraternidad cristiana, como ya se veía en los «sumarios» de los Hechos de los Apóstoles que describen la vida de la comunidad, estaba formada también por la ayuda concreta.
Participar en la colecta, tal como habían hecho las comunidades de Macedonia, que eran bastante pobres, significaba participar en una gracia extraordinaria porque el amor hacia los necesitados enriquece más a aquellos que dan que a aquellos que reciben. Además, Jesús mismo había dicho, según cuanto dice el propio Pablo a los ancianos de Éfeso: «Mayor felicidad hay en dar que en recibir» (Hch 20,35).
Los macedonios habían comprendido el sentido del amor evangélico: de hecho no dieron solo las ofrendas sino que, como Pablo dice: «Y superando nuestras esperanzas, se entregaron a sí mismos, primero al Señor, y luego a nosotros, por voluntad de Dios» (v. 5). El apóstol les presenta como un modelo de solidaridad y pide a los corintios: «del mismo modo que sobresalís en todo: en fe, en palabra, en ciencia, en todo interés y en la caridad que os hemos comunicado, sobresalid también en esta generosidad» (v. 7), en esta obra de solidaridad. Para los cristianos el mandamiento del amor brota del ejemplo mismo de Jesús que «siendo rico, por vosotros se hizo pobre, a fin de enriqueceros con su pobreza». Los discípulos deben mirar al Señor para que se haga realidad aquel intercambio de dones que no deja a nadie en la indigencia. Esa es la sustancia de la fraternidad cristiana: una comunión en la fe que se convierte en ayuda y apoyo concreto. Del mismo modo que la abundancia de la predicación, que venía de la Iglesia de Jerusalén, había enriquecido a los corintios y a las demás comunidades, también ahora la abundancia de los bienes materiales de estas comunidades debía servir para las exigencias de la comunidad de Jerusalén, para que no le falte a nadie lo necesario y haya igualdad de dones en la gracia del Señor.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.