ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 18 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Segunda Corintios 8,16-24; 9,1-5

¡Gracias sean dadas a Dios, que pone en el corazón de Tito el mismo interés por vosotros!, pues aceptó mi ruego y, más solícito que nunca, por propia iniciativa fue donde vosotros. Con él enviamos al hermano, cuyo renombre a causa del Evangelio se ha extendido por todas las Iglesias. Y no sólo eso, sino que fue designado por elección de todas las Iglesias como compañero nuestro de viaje en esta generosidad, en que servimos nosotros para la gloria del mismo Señor, por iniciativa nuestra. Así evitaremos todo motivo de reproche por esta abundante suma que administramos; pues procuramos el bien no sólo ante el Señor sino también ante los hombres. Con ellos os enviamos también al hermano nuestro, cuya solicitud tenemos ya comprobada muchas veces y de muchas maneras; solicitud aún mayor ahora por la gran confianza que tiene en vosotros. En cuanto a Tito, es compañero y colaborador mío cerca de vosotros; en cuanto a los demás hermanos, son los delegados de las Iglesias: la gloria de Cristo. Mostrad, pues, ante la faz de las Iglesias, vuestra caridad y la razón de nuestro orgullo respecto de vosotros. En cuanto a este servicio en favor de los santos, me es superfluo escribiros. Conozco, en efecto, vuestra prontitud de ánimo, de la que me glorío ante los macedonios diciéndoles que Acaya está preparada desde el año pasado. Y vuestro celo ha estimulado a muchísimos. No obstante, os envío a los hermanos para que nuestro motivo de gloria respecto de vosotros no se desvanezca en este particular y estéis preparados como os decía. No sea que vayan los macedonios conmigo y os encuentren sin prepararos, y nuestra gran confianza se torne en confusión nuestra, por no decir vuestra. Por tanto, he creído necesario rogar a los hermanos que vayan antes donde vosotros y preparen de antemano vuestros ya anunciados generosos dones, a fin de que sean preparados como dones generosos y no como una tacañería.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo quiere enviar a Tito con otros compañeros a Corinto para que se interesen por la vida de aquella comunidad cristiana. Tito acepta con mucho gusto el encargo y Pablo se alegra. Manda también a otros dos «hermanos», cuyo nombre no dice, para que acompañen a Tito en la tarea de recoger ayuda. Es un pequeño grupo que deberá esforzarse para realizar una cuantiosa colecta y enviarla a la Iglesia-madre de Jerusalén. El apóstol otorga una notable importancia a esta obra. Sabe que no hay verdadera fraternidad, no hay verdadera comunión, si no se acompaña con una ayuda mutua concreta. La Epístola de Santiago también es explícita en este sentido: «Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: “Id en paz, calentaos y hartaos”, pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?» (St 2,15-16). No es extraño que Pablo hable de esta colecta como de un «servicio en favor de los santos». La solidaridad entre los discípulos es ella misma santa y hace santos a quienes la practican. La exhortación del apóstol, que manifiesta de manera tan evidente la importancia de los vínculos entre las distintas comunidades, debería ser vivida y acogida con mayor prontitud en las comunidades cristianas hoy. No obstante la globalización, que llevó a los discípulos de Jesús a comunicar el Evangelio en todos los rincones del mundo, debe impulsar a las comunidades cristianas hacia una globalización de la solidaridad. La atención debería dirigirse especialmente hacia aquellas comunidades que viven en situaciones de mayor dificultad. Pablo exhorta explícitamente a los corintios a superar toda tentación de avaricia. Por este motivo ha enviado a otros además de a Tito: «a fin de que sean preparados como dones generosos y no como una tacañería» (v. 5). Su don será como una siembra de generosidad que traerá una cosecha abundante de amor en toda la Iglesia.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.