ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Recuerdo de san Adalberto, obispo de Praga. Sufrió el martirio en Prusia oriental, adonde había ido para anunciar el Evangelio (+997). Residió largo tiempo en Roma donde se venera su recuerdo en la basílica de San Bartolomé de la Isla Tiberina. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 23 de abril

Recuerdo de san Adalberto, obispo de Praga. Sufrió el martirio en Prusia oriental, adonde había ido para anunciar el Evangelio (+997). Residió largo tiempo en Roma donde se venera su recuerdo en la basílica de San Bartolomé de la Isla Tiberina.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Segunda Corintios 11,1-15

¡Ojalá pudierais soportar un poco mi necedad! ¡Sí que me la soportáis! Celoso estoy de vosotros con celos de Dios. Pues os tengo desposados con un solo esposo para presentaros cual casta virgen a Cristo. Pero temo que, al igual que la serpiente engañó a Eva con su astucia, se perviertan vuestras mentes apartándose de la sinceridad con Cristo. Pues, cualquiera que se presenta predicando otro Jesús del que os prediqué, y os proponga recibir un Espíritu diferente del que recibisteis, y un Evangelio diferente del que abrazasteis ¡lo toleráis tan bien! Sin embargo, no me juzgo en nada inferior a esos «superapóstoles». Pues si carezco de elocuencia, no así de ciencia; que en todo y en presencia de todos os lo hemos demostrado. ¿Acaso tendré yo culpa porque me abajé a mí mismo para ensalzaros a vosotros anunciándoos gratuitamente el Evangelio de Dios? A otras Iglesias despojé, recibiendo de ellas con qué vivir para serviros. Y estando entre vosotros y necesitado, no fui gravoso a nadie; fueron los hermanos llegados de Macedonia los que remediaron mi necesidad. En todo evité el seros gravoso, y lo seguiré evitando. ¡Por la verdad de Cristo que está en mí!, que esta gloria no me será arrebatada en las regiones de Acaya. ¿Por qué? ¿Porque no os amo? ¡Dios lo sabe! Y lo que hago, continuaré haciéndolo para quitar todo pretexto a los que lo buscan con el fin de ser iguales a nosotros en lo que se glorían. Porque esos tales son unos falsos apóstoles, unos trabajadores engañosos, que se disfrazan de apóstoles de Cristo. Y nada tiene de extraño: que el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz. Por tanto, no es mucho que sus ministros se disfracen también de ministros de justicia. Pero su fin será conforme a sus obras.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Aquellos «superapóstoles» que querían desacreditar a Pablo y su misión eran probablemente algunos judeocristianos que se presentaban con tonos seguros diciéndose intérpretes del mensaje original de la comunidad de Jerusalén. Además, denigraban la falta de elocuencia de Pablo. En su defensa el apóstol recuerda ante todo su amor por los corintios. Siente por ellos un amor tan apasionado que se hace celoso por ellos. Con la imagen de la comunidad esposa de Cristo, el apóstol se presenta como el padre que vela por ella y la custodia para presentarla al esposo sin mancha. Es una manera eficaz de expresar con qué intensidad siente su responsabilidad pastoral. Él vigila atentamente porque ve repetirse la dramática escena del paraíso terrenal, cuando Eva se dejó engañar por la serpiente. Y, en efecto, algunos se han dejado seducir por la serpiente, por los «superapóstoles», como Pablo llama irónicamente a sus oponentes, que predican un Evangelio distinto al que predica él. La sorpresa amarga del apóstol es que la comunidad les haya soportado también: «¡lo toleráis tan tranquilos!» (v. 4). Tal vez estos eran más elocuentes que Pablo al hablar, pero el apóstol rebate inmediatamente: «Pues si carezco de elocuencia, no así de ciencia» (v. 6). Él, como escribiera a los romanos, hablaba por «aquel que puede consolidaros conforme al Evangelio mío y la predicación de Jesucristo: revelación de un misterio mantenido en secreto durante siglos eternos» (Rm 16,25). El apóstol no confiaba en los discursos dialécticos. Su objetivo era tocar el corazón de los oyentes para ganarles a Cristo. Ganarles era su verdadera recompensa, lo único que le importaba. Por eso no quiso en absoluto ninguna compensación por parte de los corintios. La ayuda la recibía de otras comunidades («A otras iglesias despojé, recibiendo de ellas con qué vivir para serviros»). En general los apóstoles y los misioneros itinerantes eran mantenidos por las comunidades. También Pablo conocía esta regla, pero explícitamente no ha querido aprovecharla nunca, sino que al contrario ha sido para él una jactancia y una fuerza la gratuidad de la predicación del Evangelio en Corinto y además ha sido para él un signo de atención y de amor por aquella comunidad. En las palabras del apóstol palpita el gran amor por el Evangelio y por aquella comunidad, por la cual se había gastado con tanta energía y con absoluta gratuidad para mostrar un amor plenamente de padre. Es tan fuerte en el amor que escribe que no cambiará en nada su comportamiento. Este amor apasionado del apóstol es un llamamiento a todos nosotros para que renovemos nuestro amor por el Evangelio, para que la Iglesia, la comunidad, esté por encima de todas nuestras preocupaciones. Es un tesoro precioso que hemos recibido gratuitamente: amémoslo, disfrutemos de su belleza y ofrezcámoslo gratuitamente a todo aquel que lo necesite.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.