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Memoria de la Iglesia
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Recuerdo de san Atanasio, obispo de Alejandría (295-373) y doctor de la Iglesia. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 2 de mayo

Recuerdo de san Atanasio, obispo de Alejandría (295-373) y doctor de la Iglesia.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Filipenses 1,27-30

Lo que importa es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo, para que tanto si voy a veros como si estoy ausente, oiga de vosotros que os mantenéis firmes en un mismo espíritu y lucháis acordes por la fe del Evangelio, sin dejaros intimidar en nada por los adversarios, lo cual es para ellos señal de perdición, y para vosotros de salvación. Todo esto viene de Dios. Pues a vosotros se os ha concedido la gracia de que por Cristo... no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él, sosteniendo el mismo combate en que antes me visteis y en el que ahora sabéis que me encuentro.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo sabe que el mal presente en el mundo puede intimidar a los discípulos del Señor. Él mismo ha experimentado la violencia de este y la está experimentando mientras escribe esta carta: está preso en la cárcel. Sin embargo, exhorta a no dejarse intimidar por las dificultades ni por aquellos que quieren obstaculizar el camino de la comunidad de los creyentes. Exhorta a los cristianos de Filipos a comportarse como «ciudadanos dignos del Evangelio». De hecho, los creyentes son ya «conciudadanos de los santos y familiares de Dios» (Ef 2,19). El apóstol quiere decir que es el «nosotros» de la familia de Dios lo que hace que los discípulos de Jesús estén firmes en el Evangelio. En efecto, la comunión en la fe dona la fuerza y prepara a los discípulos para que comuniquen el Evangelio en el mundo. Este compromiso, añade el apóstol, lucha y padecimiento. Ha sido así para Jesús, lo es para Pablo y será así también para los discípulos de todo tiempo. No obstante, Jesús no abandona a sus amigos. Pablo escribe a los cristianos de Éfeso: «Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día funesto, y manteneros firmes después de haber vencido todo» (6,13). Al tomar las armas del amor y del «Celo por el Evangelio de la paz» (Ef 6,15) encontraremos la alegría de la compañía de Dios y de los hermanos, aunque no falten las dificultades.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.