ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Recuerdo de san Nil, starets ruso (+1508). Fue padre de monjes a los que enseñó el gran amor del Señor por los hombres, exhortándoles a pedir a Dios el mismo sentimiento (en griego, macrotimia). Recuerdo de la oración por los nuevos mártires del siglo XX presidida por Juan Pablo II en el Coliseo en Roma junto a los representantes de las Iglesias cristianas. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 7 de mayo

Recuerdo de san Nil, starets ruso (+1508). Fue padre de monjes a los que enseñó el gran amor del Señor por los hombres, exhortándoles a pedir a Dios el mismo sentimiento (en griego, macrotimia). Recuerdo de la oración por los nuevos mártires del siglo XX presidida por Juan Pablo II en el Coliseo en Roma junto a los representantes de las Iglesias cristianas.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Filipenses 4,4-9

Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias. Y la paz de Dios, que supera todo conocimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. Por lo demás, hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta. Todo cuanto habéis aprendido y recibido y oído y visto en mí, ponedlo por obra y el Dios de la paz estará con vosotros.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo no ahorra palabras para exhortar a la alegría a la comunidad de Filipos: «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres». Conociendo las dificultades que vivían tanto Pablo como la propia comunidad, podría sorprender la insistencia de la invitación a la alegría. Sin embargo, es la alegría lo que libera al corazón del amor por sí mismo y lo abre a la «amabilidad» hacia todos. En realidad, el motivo de la alegría reside en la certeza de que «El Señor está cerca». Esta cercanía no es solo el motivo de la alegría del discípulo, sino también la fuerza para poder cambiar su corazón y vencer la tristeza que envuelve al mundo. Sin embargo, ¿cómo no angustiarse ante una vida a menudo difícil? ¿Cómo no entristecerse en la debilidad de nuestro cuerpo y en la pereza de nuestros sentimientos? La alegría de la cercanía de Jesús abre las puertas a la oración incesante. Pablo nos invita a expresar a Dios todas nuestras peticiones para encontrar aquella paz que el mundo no sabe dar. Por esto la oración debe estar en el centro de la vida de todo creyente y de toda comunidad. De ella brotan sentimientos y pensamientos nuevos, «nobles, justos, puros, amables y honorables» y en ella, con un corazón y con pensamientos renovados, alabamos a Dios y pacificamos la vida del mundo. «El Dios de la paz estará con vosotros», afirma el apóstol.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.