ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 10 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Colosenses 1,9-14

Por eso, tampoco nosotros dejamos de rogar por vosotros desde el día que lo oímos, y de pedir que lleguéis al pleno conocimiento de su voluntad con toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que viváis de una manera digna del Señor, agradándole en todo, fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios; confortados con toda fortaleza por el poder de su gloria, para toda constancia en el sufrimiento y paciencia; dando con alegría gracias al Padre que os ha hecho aptos para participar en la herencia de los santos en la luz. El nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo no ha fundado y no parece conocer personalmente la Iglesia de Colosas, pero el amor que tiene por ellos le empuja a rezar sin interrupción: «tampoco nosotros dejamos de rogar» les escribe. La oración por los hermanos manifiesta la profundidad del vínculo que une a los discípulos de Jesús aunque estén alejados en el espacio. Pablo especifica también la intención de la oración: para que «lleguéis al pleno conocimiento de su voluntad con toda sabiduría e inteligencia espiritual». El apóstol sabe bien que no se puede vivir la fe sin escuchar la Palabra de Dios cada día. Solo así se tienen la «sabiduría» y la «inteligencia espiritual» que permiten explorar y conocer la voluntad de Dios. El conocimiento del Evangelio no es una suma de teorías, sino el acogimiento en el corazón del diseño de amor que Dios tiene para nosotros y para el mundo. Este es el conocimiento espiritual que hay que conquistar y se consigue acogiendo al Espíritu que, a través de las Sagradas Escrituras, nos revela la voluntad de Dios para el mundo. De este conocimiento espiritual brota para el creyente la fuerza para «proceder de una manera digna del Señor». La vida del creyente no es el fruto de un esfuerzo de la voluntad sino la consecuencia, aunque produzca cansancio, de amar al Señor y de «agradarle». Sí, la vida cristiana consiste en «agradar» a Dios «en todo, fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios». De este conocimiento de Dios, que es comunión de amor, nacen los frutos en obras buenas. Pablo no especifica qué es lo que entiende «por obras buenas», pero es su conducta completa lo que se convierte en testimonio de la verdad del Evangelio (1,6), es decir, de la fuerza de Dios que obra en la comunidad y en cada creyente. El apóstol pide al creyente que se fíe de Dios a lo largo del camino de la vida, especialmente en los momentos de prueba. De hecho, en aquel crecimiento hacia «la esperanza reservada en los cielos», no faltarán las dificultades, los fallos, las tentaciones y muchas ocasiones para desanimarse. En estos momentos, exhorta el apóstol, los creyentes deben ser magnánimos y misericordiosos porque saben que, en cualquier caso, las dificultades no prevalecerán. Ellos ya no están bajo el yugo del mal, han pasado de las tinieblas del error y del pecado a la luz, es decir, del «mundo» a la comunidad. Todos nosotros, que estábamos lejos, sin ningún mérito nuestro, formamos parte ahora de la multitud de los santos que, desde Abel hasta el final de la historia, constituye la humanidad redimida. Es un pueblo grande que ya no está sometido a un poder tiránico del mal, y que es libre del miedo de ser presa de potencias cósmicas invisibles. Nosotros ya hemos conseguido la redención de toda esclavitud: somos ciudadanos del reino del Hijo donde la única ley es la del amor, del don de sí mismo a los demás.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.