ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 13 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Colosenses 1,21-23

Y a vosotros, que en otro tiempo fuisteis extraños y enemigos, por vuestros pensamientos y malas obras, os ha reconciliado ahora, por medio de la muerte en su cuerpo de carne, para presentaros santos, inmaculados e irreprensibles delante de El; con tal que permanezcáis sólidamente cimentados en la fe, firmes e inconmovibles en la esperanza del Evangelio que oísteis, que ha sido proclamado a toda criatura bajo el cielo y del que yo, Pablo, he llegado a ser ministro.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La reconciliación entre las criaturas no es una doctrina abstracta, sino una realidad que se ha realizado a partir de Jesús. La comunidad cristiana es el lugar donde dicha reconciliación se hace visible desde ahora. Pablo lo escribe a los cristianos de Colosas exhortándoles a no olvidar su condición antes de la conversión, es decir, cuando eran extraños los unos para los otros y, como bárbaros, estaban apegados al culto de los ídolos viviendo alejados del pueblo de la alianza y por tanto de Dios. El alejamiento de Dios, incluso antes que el resultado de acciones pecaminosas es la persistencia en una vida replegada sobre sí misma. El apóstol escribe a los colosenses para que comprendan la novedad radical que el Evangelio trae a la vida del hombre. Se trata de una verdadera resurrección que los autores sagrados no dudan en denominar «nueva creación». La salvación que trae el Evangelio no es por tanto una teoría filosófica fundada en razonamientos teóricos. Esta radica en la muerte de una persona concreta, de un «cuerpo de carne»: Jesús; y de su muerte surge una vida nueva. De hecho el Hijo, para obtener la reconciliación, se rebajó hasta hacerse solidario en todo (excepto en el pecado) con la condición humana de alejamiento de Dios. Los creyentes que le han acogido se han convertido también ellos en santos, inmaculados e irreprochables como lo es el Hijo. Se les llama a vivir esta vocación de modo digno. Una vez acogido el Evangelio, es necesario permanecer fieles al mismo hasta el fondo. El apóstol recuerda a los colosenses, y también a los creyentes de hoy, que el Evangelio ha sido proclamado «a toda criatura bajo el cielo», es decir, ha sido predicado en las diversas culturas del mundo conocido y en todos los estratos de la sociedad. Esta garantía de universalidad es una fuerza preciosa en toda época, pero especialmente en este tiempo en el que parecen resurgir particularismos y egocentrismos que fomentan odios y conflictos. El Evangelio de Cristo actúa para reunir a todos en la única familia de Dios.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.