ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 17 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Colosenses 2,6-15

Vivid, pues, según Cristo Jesús, el Señor, tal como le habéis recibido; enraizados y edificados en él; apoyados en la fe, tal como se os enseñó, rebosando en acción de gracias. Mirad que nadie os esclavice mediante la vana falacia de una filosofía, fundada en tradiciones humanas, según los elementos del mundo y no según Cristo. Porque en él reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente, y vosotros alcanzáis la plenitud en él, que es la Cabeza de todo Principado y de toda Potestad; en él también fuisteis circuncidados con la circuncisión no quirúrgica, sino mediante el despojo de vuestro cuerpo mortal, por la circuncisión en Cristo. Sepultados con él en el bautismo, con él también habéis resucitado por la fe en la acción de Dios, que resucitó de entre los muertos. Y a vosotros, que estabais muertos en vuestros delitos y en vuestra carne incircuncisa, os vivificó juntamente con él y nos perdonó todos nuestros delitos. Canceló la nota de cargo que había contra nosotros, la de las prescripciones con sus cláusulas desfavorables, y la suprimió clavándola en la cruz. Y, una vez despojados los Principados y las Potestades, los exhibió públicamente, incorporándolos a su cortejo triunfal.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol no deja de exhortar a los colosenses para que perseveren en el camino emprendido que han recibido por la predicación. De hecho, es del Evangelio predicado de donde surge la fe, es decir, el acogimiento de la soberanía de Cristo sobre la vida. Efectivamente, escuchar el Evangelio y acogerlo en el corazón significa reconocer la soberanía de la palabra sobre nuestra vida. El creyente es precisamente aquel que acoge a Cristo como su Señor. Esta fe es el fundamento sobre el que la comunidad se funda y crece. El apóstol Pablo, al ver el peligro que amenaza a los colosenses, les llama a la necesidad de «fortificar la fe», es decir, de reforzar su pertenencia a Cristo. Deben abandonar todo compromiso con aquella «filosofía» que les aleja del Evangelio recibido, a saber, aquellas visiones del mundo y de la vida que niegan de hecho la soberanía del resucitado. Seguir estos caminos engañosos significa perder la libertad de Cristo. Por ello no es posible ningún compromiso con la cultura egocéntrica y conflictiva de este mundo. En realidad, hay una radicalidad en seguir a Cristo que no se puede suprimir de la vida del discípulo: solo «en Cristo reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente» (2,9). Nadie más puede pretender el primado, porque «vosotros alcanzáis la plenitud en él» (2,10). Pablo, para describir esta nueva pertenencia a Cristo, compara el bautismo con la circuncisión: los bautizados se despojan del vestido del «cuerpo carnal», es decir, del «hombre viejo» (cfr. 3,9) y reciben «la circuncisión de Cristo». El Padre, con la muerte del Hijo, ha cancelado nuestro pecado y nos ha dado el perdón de forma gratuita. La deuda que tenían con Dios era incolmable, pero nos ha sido condonada con el bautismo. Podría decirse que a nosotros no nos quedaba otra cosa que hacer sino presentar a Dios la lista de nuestras deudas, la larga lista de nuestros pecados. Pues bien, el Señor ha cancelado esta lista «clavándola en la cruz». En la muerte en cruz de Jesús, el Padre ha eliminado el obstáculo que no nos permitía estar en su presencia. La muerte de Cristo revela el amor de Dios en toda su grandeza, incluso en la de borrar toda deuda. Es un amor que ha desarmado las fuerzas del mal: estas ya no pueden golpear al creyente porque pertenece ya a su Señor.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.