ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 24 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Colosenses 4,2-6

Sed perseverantes en la oración, velando en ella con acción de gracias; orad al mismo tiempo también por nosotros para que Dios nos abra una puerta a la Palabra, y podamos anunciar el Misterio de Cristo, por cuya causa estoy yo encarcelado, para darlo a conocer anunciándolo como debo hacerlo. Portaos prudentemente con los de fuera, aprovechando bien el tiempo presente. Que vuestra conversación sea siempre amena, sazonada con sal, sabiendo responder a cada cual como conviene.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol exhorta a los colosenses a ser perseverantes en la oración sin cansarse nunca. Es una enseñanza constante del Nuevo Testamento. De hecho la oración libera al creyente de su egocentrismo y le une a Dios. La oración es su primera obra, la que le define y la que más le caracteriza. El apóstol subraya su fuerza porque la oración hace que la vigilancia del creyente sea constante. En la época en que se escribió la Epístola a los Colosenses, la convicción de una manifestación inminente de Cristo glorioso ya no era tan fuerte y la espera corría el riesgo de llevar a una actitud de indolente resignación ante los acontecimientos del mundo. Pablo, al exhortar a la vigilancia, quiere inculcar la perseverancia en la escucha del Evangelio y en ponerlo en práctica, añadiendo asimismo la petición de orar por él y por sus colaboradores para que puedan desempeñar con eficacia la misión al servicio de la palabra. El apóstol sabe que el tiempo de la espera debe guiarse por la predicación evangélica y pide la oración porque es Dios quien «abre la puerta a la palabra», es decir, quien ofrece la ocasión favorable para el anuncio del Evangelio. Es necesario orar por aquellos que tienen la responsabilidad de la predicación para que aprovechen la ocasión. Al comienzo de la epístola fue el apóstol el que aseguró sus oraciones a los creyentes (1,3-9) y ahora las pide para sí mismo. La oración recíproca manifiesta la comunión fraterna pues todos, de ese modo, nos encontramos en el corazón del Padre. El apóstol está en la cárcel, pero las cadenas no detienen la fuerza de la palabra evangélica. Ante sus ojos aparecen «los de fuera», aquellos que no pertenecen aún a la comunidad cristiana. También a ellos hay que comunicarles el Evangelio. Pablo sabe que los cristianos de Colosas son una minoría en la ciudad, por lo que deben dar razón de su fe con el testimonio de la vida, con un comportamiento sabio. Es la invitación a vivir según el Evangelio. Esta es la fuerza de los cristianos, responder a todos con amabilidad y sin perder la paciencia, «con sal», es decir, con aquella sabiduría que hace ser a los discípulos «sal de la tierra y luz del mundo».

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.