ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 29 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hebreos 2,1-4

Por tanto, es preciso que prestemos mayor atención a lo que hemos oído, para que no nos extraviemos. Pues si la palabra promulgada por medio de los ángeles obtuvo tal firmeza que toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución, ¿cómo saldremos absueltos nosotros si descuidamos tan gran salvación? La cual comenzó a ser anunciada por el Señor, y nos fue luego confirmada por quienes la oyeron, testificando también Dios con señales y prodigios, con toda suerte de milagros y dones del Espíritu Santo repartidos según su voluntad.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El autor de la Epístola acaba de mostrar en los versículos anteriores la victoria definitiva de Jesús sobre el mal. Ahora está «sentado a la diestra de Dios». Esta salvación, anunciada por todas las Escrituras, debe encontrar a los cristianos más atentos: «Es preciso que prestemos mayor atención a los que hemos oído, para que no nos extraviemos». No escuchar la Palabra de Dios y no obedecer sus indicaciones significa no solo empobrecer el corazón y nuestra vida sino también extraviarnos, alejarnos de Dios y, por tanto, no alcanzar la salvación. El autor recuerda a los cristianos el valor de la «palabra promulgada por medio de ángeles», es decir, los profetas del Antiguo Testamento. Dios siempre ha dado su Palabra para guiar al pueblo de Israel: aquellos que la han seguido, han encontrado la salvación; aquellos que la han rechazado, han recibido el castigo justo. Pues bien, continúa la Epístola, esta Palabra antigua «nos fue confirmada por quienes la oyeron, testificando también Dios con signos y prodigios, con toda suerte de milagros y dones del Espíritu Santo». El autor recuerda a los cristianos que Jesús es la revelación plena de Dios porque ha llevado a cabo aquella salvación que empezó en tiempos antiguos; y que la salvación ha llegado a nosotros lo demuestran los milagros que continúan cumpliéndose en la comunidad cristiana. La Palabra de Dios no está vacía ni engaña; es eficaz porque cumple cuanto dice. A aquellos que la acogen se les transforma el corazón y cobran fuerza para que se cumpla, también a través de ellos, el diseño de amor de Dios para el mundo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.