ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 30 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hebreos 2,5-18

En efecto, Dios no sometió a los ángeles el mundo venidero del cual estamos hablando. Pues atestiguó alguien en algún lugar: ¿Qué es el hombre, que te acuerdas de él? ¿O el hijo del hombre, que de él te preocupas? Le hiciste por un poco inferior a los ángeles; de gloria y honor le coronaste. Todo lo sometiste debajo de sus pies. Al someterle todo, nada dejó que no le estuviera sometido. Mas al presente, no vemos todavía que le esté sometido todo. Y a aquel que fue hecho inferior a los ángeles por un poco, a Jesús, le vemos coronado de gloria y honor por haber padecido la muerte, pues por la gracia de Dios gustó la muerte para bien de todos. Convenía, en verdad, que Aquel por quien es todo y para quien es todo, llevara muchos hijos a la gloria, perfeccionando mediante el sufrimiento al que iba a guiarlos a la salvación. Pues tanto el santificador como los santificados tienen todos el mismo origen. Por eso no se avergüenza de llamarles hermanos cuando dice: Anunciaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la asamblea te cantaré himnos. Y también: Pondré en él mi confianza. Y nuevamente: Henos aquí, a mí y a los hijos que Dios me dio. Por tanto, así como los hijos participan de la sangre y de la carne, así también participó él de las mismas, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al Diablo, y libertar a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud. Porque, ciertamente, no se ocupa de los ángeles, sino de la descendencia de Abraham. Por eso tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos, para ser misericordioso y Sumo Sacerdote fiel en lo que toca a Dios, en orden a expiar los pecados del pueblo. Pues, habiendo sido probado en el sufrimiento, puede ayudar a los que se ven probados.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

«¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él? ¿O el hijo del hombre, para que de él te preocupes?» El autor de la epístola cita el salmo 8 para recordar a los creyentes el amor extraordinario de Dios que, para salvar al hombre del poder del maligno y de la muerte, no se queda en las alturas mirando sino que envía a su propio Hijo para que cuide de él y le salve. Los hombres, para el Señor, no son una nimiedad, sino el objeto de su amor. Por este amor sin límites para «llevar a la gloria» (v. 10) a los hombres el Señor envió a su Hijo a la Tierra. El Hijo bajó hasta lo más profundo de la humanidad, hasta el foso al que se arrojaron los hombres, para recogerlos a todos y salvarlos. Jesús se convierte así en el que «iba a guiarlos a la salvación» (v. 10), nuestro «hermano». A pesar de ser Hijo del altísimo, no se avergonzó de nosotros, de nuestro pecado ni de nuestra pobreza. Al contrario, dijo al Padre: «Anunciaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la asamblea te alabaré» (v. 12). Para aquellos cristianos que vivían bajo la pesadilla de las persecuciones y de los sufrimientos, este anuncio era una gran consolación porque, precisamente lo que en aquella tierra les oprimía y les angustiaba, en realidad tranquilizaba su corazón por la certeza de la salvación futura. Gracias al vínculo de filiación directa con Dios y al de una fraternidad firme con los hombres Jesús se ha convertido en «sumo sacerdote» para los cristianos y para toda la humanidad. Es la primera vez que se utiliza en el Nuevo Testamento el título de «sumo sacerdote» aplicado a Jesús. No se le otorga tal consideración para alejarlo de los hombres sino que «se ha convertido» en sumo sacerdote por su fraternidad radical con nosotros. En esta comunión que une al Padre, al Hijo y a la comunidad de los hermanos se adivina el misterio de la Iglesia entendida como una comunidad que reza y que es admitida a la presencia del trono de Dios por su sumo sacerdote, Jesucristo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.