ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 20 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hebreos 11,17-40

Por la fe, Abraham, sometido a la prueba, presentó a Isaac como ofrenda, y el que había recibido las promesas, ofrecía a su unigénito , respecto del cual se le había dicho: Por Isaac tendrás descendencia. Pensaba que poderoso era Dios aun para resucitar de entre los muertos. Por eso lo recobró para que Isaac fuera también figura. Por la fe, bendijo Isaac a Jacob y Esaú en orden al futuro. Por la fe, Jacob, moribundo, bendijo a cada uno de los hijos de José, y se inclinó apoyado en la cabeza de su bastón. Por la fe, José, moribundo, evocó el éxodo de los hijos de Israel, y dio órdenes respecto de sus huesos. Por la fe, Moisés, recién nacido, fue durante tres meses ocultado por sus padres, pues vieron que el niño era hermoso y no temieron el edicto del rey. Por la fe, Moisés, ya adulto, rehusó ser llamado hijo de una hija de Faraón, prefiriendo ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar el efímero goce del pecado, estimando como riqueza mayor que los tesoros de Egipto el oprobio de Cristo, porque tenía los ojos puestos en la recompensa. Por la fe, salió de Egipto sin temer la ira del rey; se mantuvo firme como si viera al invisible. Por la fe, celebró la Pascua e hizo la aspersión de sangre para que el Exterminador no tocase a los primogénitos de Israel. Por la fe, atravesaron el mar Rojo como por una tierra seca; mientras que los egipcios intentando lo mismo, fueron tragados. Por la fe, se derrumbaron los muros de Jericó, después de ser rodeados durante siete días. Por la fe, la ramera Rajab no pereció con los incrédulos, por haber acogido amistosamente a los exploradores. Y ¿a qué continuar? Pues me faltaría el tiempo si hubiera de hablar sobre Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas. Estos, por la fe, sometieron reinos, hicieron justicia, alcanzaron las promesas, cerraron la boca a los leones; apagaron la violencia del fuego, escaparon del filo de la espada, curaron de sus enfermedades, fueron valientes en la guerra, rechazando ejércitos extranjeros; las mujeres recobraban resucitados a sus muertos. Unos fueron torturados, rehusando la liberación por conseguir una resurrección mejor; otros soportaron burlas y azotes, y hasta cadenas y prisiones; apedreados, torturados, aserrados, muertos a espada; anduvieron errantes cubiertos de pieles de oveja y de cabras; faltos de todo; oprimidos y maltratados, ¡hombres de los que no era digno el mundo!, errantes por desiertos y montañas, por cavernas y antros de la tierra. Y todos ellos, aunque alabados por su fe, no consiguieron el objeto de las promesas. Dios tenía ya dispuesto algo mejor para nosotros, de modo que no llegaran ellos sin nosotros a la perfección.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El autor de la epístola sigue la narración de ejemplos de creyentes con la historia del sacrificio de Isaac. Es una página que muestra a Abrahán obediente a Dios aunque no comprende el sentido profundo de la petición que le ha hecho. El creyente es, precisamente, aquel que confía en Dios aunque no comprende, pero sabe que no será abandonado. Abrahán cree que, si Dios le pide el sacrificio de Isaac, también sabrá devolvérselo. Efectivamente, afirma el autor, «poderoso era Dios aun para resucitarlo de entre los muertos» (11,19). Esta fe tan firme conmocionó incluso a los patriarcas Isaac, Jacob y José. Ellos bendijeron a sus hijos desde su lecho de muerte, garantizándoles la promesa de Dios. La vida de Moisés también estuvo marcada por la fe. Ya sus padres demostraron una fe firme al no obedecer al faraón y salvando de la muerte a su hijo. Moisés, después de crecer en la corte egipcia, rechazó ser hijo adoptivo de la hija del faraón y gozar de las comodidades de una vida lujosa para seguir la suerte de su pueblo perseguido y subyugado por la esclavitud. Eligió «la ignominia de Cristo» (cfr. 13,13) como dice la epístola con una intencionada actualización de la historia veterotestamentaria. Por eso se enfrentó al faraón y, sin temor, sacó a su pueblo de Egipto. Los cristianos podían ver reflejada su situación en esta historia de Moisés. También ellos estaban bajo la amenaza de graves penas que les imponían las leyes imperiales y debían soportar injusticias y humillaciones. Pero la fe permite superar las dificultades. Eso es lo que sucedió cuando los israelitas atravesaron como por tierra firme el mar mientras que los egipcios se ahogaron; también en Jericó, cuando cayeron los muros y solo se salvó aquella prostituta que había acogido a los exploradores, mientras que todos los demás habitantes de la ciudad perecieron. El autor, sin un preciso orden cronológico o lógico enumera a continuación los «éxitos» obtenidos por la fe: se trata de empresas heroicas, de victorias militares, de éxitos políticos y de la resurrección de muertos. Es una invitación a los creyentes para que recuerden la fuerza de la fe que actúa en la historia. Por otra parte, también Jesús había dicho que una fe pequeña como una semilla «puede mover las montañas» (cfr. Mc 11,23). Por eso los cristianos no deben resignarse ante la violencia del mal: la fe es más fuerte. Incluso cuando la violencia se abate sobre ellos, la fe los salvará. El autor recuerda, como en un martirologio, a los creyentes que fueron perseguidos. Ellos aceptaron la muerte por la fe, por su vínculo con el Señor. Y concluye: «Y todos ellos, aunque alabados por su fe, no consiguieron el objeto de las promesas. Dios tenía dispuesto algo mejor para nosotros, de modo que no llegaran ellos sin nosotros a la perfección» (11,39-40). Los creyentes de la vieja alianza habían recibido la promesa de una patria eterna, pero nadie podía alcanzarla. Solo Jesús, sumo sacerdote e Hijo de Dios, ha dejado el acceso abierto para ellos y para nosotros.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.