ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 21 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hebreos 12,1-11

Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios. Fijaos en aquel que soportó tal contradicción de parte de los pecadores, para que no desfallezcáis faltos de ánimo. No habéis resistido todavía hasta llegar a la sangre en vuestra lucha contra el pecado. Habéis echado en olvido la exhortación que como a hijos se os dirige: Hijo mío, no menosprecies la corrección del Señor; ni te desanimes al ser reprendido por él. Pues a quien ama el Señor, le corrige; y azota a todos los hijos que acoge. Sufrís para corrección vuestra. Como a hijos os trata Dios, y ¿qué hijo hay a quien su padre no corrige? Mas si quedáis sin corrección, cosa que todos reciben, señal de que sois bastardos y no hijos . Además, teníamos a nuestros padres según la carne, que nos corregían, y les respetábamos. ¿No nos someteremos mejor al Padre de los espíritus para vivir? ¡Eso que ellos nos corregían según sus luces y para poco tiempo!; mas él, para provecho nuestro, en orden a hacernos partícipes de su santidad. Cierto que ninguna corrección es de momento agradable, sino penosa; pero luego produce fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La epístola, después de haber narrado la larga historia de los testigos de la fe, se dirige directamente a la comunidad para exhortarla a no sentirse sola: forma parte de una larga historia de fe. Es más, tiene a su alrededor a esta «gran nube de testigos» que la sostienen, la exhortan y la estimulan a continuar por el camino de la fe y del discipulado de Jesús. El autor retoma la imagen de la carrera, que también es familiar para Pablo, para que los cristianos continúen con generosidad la lucha por la fe. Y, como sucede en todas las carreras, es necesario dejar cualquier peso, cualquier impedimento de pecado, y mantener la mirada fija en la meta: Jesús, «el que inicia y consuma la fe». El cristiano está llamado a imitar a Cristo. En ese sentido, es siempre discípulo, es decir, un creyente que escucha y sigue al maestro en todas las etapas de su vida. El autor aclara que seguir a Jesús comporta también la cruz y, por tanto, significa aceptar oposiciones y amenazas para llegar a la patria del cielo. Los creyentes no deben separar jamás su mirada de Jesús: «Fijaos en aquel que soportó tal contradicción de parte de los pecadores, para que no desfallezcáis faltos de ánimo» (12,3). El Evangelio se convierte en el espejo con el que el cristiano debe rendir cuentas cada día: su diferencia del mundo comporta siempre una oposición. El discípulo, por ello, no es menos que el maestro. Sin embargo, es cierto que nosotros no hemos «resistido todavía hasta llegar a la sangre» como les pasó a Jesús y a los innumerables mártires de la fe. La Epístola se dirige a una comunidad que tal vez está cediendo ante las dificultades y las oposiciones que se presentan y sugiere que los sufrimientos causados por seguir el Evangelio no son una condena; al contrario, son el signo de la corrección del Padre para quedar purificados. El discípulo comporta siempre la aspereza de la educación, y por tanto la intervención del Señor para cambiar nuestro corazón y nuestros comportamientos. Hay que interpretar la corrección fraterna en esa perspectiva: un arte difícil pero necesario, aunque a menudo lo dejamos desatendido. La corrección, en efecto, requiere responsabilidad en aquel que debe ejercerla y amargura en aquel que debe recibirla. Pero la serenidad y la paz son fruto de la aplicación en la educación y de la molestia momentánea.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.