ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 2 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 1,11-19

Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: "¿Qué estás viendo, Jeremías?" "Una rama de almendro estoy viendo." Y me dijo Yahveh: "Bien has visto. Pues así soy yo, velador de mi palabra para cumplirla." Nuevamente me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: "¿Qué estás viendo?" "Un puchero hirviendo estoy viendo, que se vuelca de norte a sur." Y me dijo Yahveh:
"Es que desde el norte se iniciará el desastre
sobre todos los moradores de esta tierra. Porque en seguida llamo yo
a todas las familias reinos del norte
- oráculo de Yahveh -
y vendrán a instalarse
a las mismas puertas de Jerusalén,
y frente a todas sus murallas en torno,
y contra todas las ciudades de Judá, a las que yo sentenciaré
por toda su malicia:
por haberme dejado a mí
para ofrecer incienso a otros dioses,
y adorar la obra de sus propias manos. Por tu parte, te apretarás la cintura,
te alzarás y les dirás
todo lo que yo te mande.
No desmayes ante ellos,
y no te haré yo desmayar delante de ellos; pues, por mi parte, mira que hoy te he convertido
en plaza fuerte,
en pilar de hierro,
en muralla de bronce
frente a toda esta tierra,
así se trate de los reyes de Judá como de sus jefes,
de sus sacerdotes o del pueblo de la tierra. Te harán la guerra,
mas no podrán contigo,
pues contigo estoy yo - oráculo de Yahveh - para
salvarte."

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ser profeta significa vivir de visiones, empezar a ver a los demás y a la historia con la mirada de Dios y no con los ojos del horizonte limitado que tiene cada uno. Dios le pide con insistencia a Jeremías que vea: es la exhortación a escuchar continuamente la Palabra de Dios que como una luz ayuda a leer «los signos de los tiempos», como diría el beato Juan XXIII. El profeta es aquel que, tras haber escuchado la Palabra de Dios, debe comunicarla al mundo para ayudar a leer la historia de una manera profunda. No podemos vivir con la mirada fija solo en nosotros mismos. La palabra de Dios nos ayuda a ir más allá de una lectura superficial de los acontecimientos, abre nuestros ojos al futuro, nos ayuda a comprender la dirección de la historia, sin que nos quedemos atrapados por el prejuicio o por el miedo o incluso la angustia ante hechos difíciles de comprender. El Señor envía al profeta a todas las naciones, no solo a su pueblo. La profecía, de hecho, abre los ojos y el corazón del creyente sobre el mundo, le ayuda a tener una comprensión amplia y nueva de la historia. La Palabra de Dios, por tanto, no nos abstrae de la historia del mundo, sino que, por el contrario, nos lleva a los dramas del mundo para mostrarnos el camino de la salvación. El mismo Señor «vigila» para que su palabra se haga realidad y llegue a todos los pueblos. De hecho, tal como dice el Señor en el libro de Isaías, la palabra «no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié» (55,11). No hay que tener miedo ante los tiempos difíciles, como los que vivimos actualmente. Más bien hay que acoger urgentemente la promesa de Dios y hacer como Samuel, «no dejó caer en tierra» ninguna de las palabras que escuchó. El llamamiento de Dios rompe todo intento de cerrarse, nos libra del miedo y nos sumerge en la historia con un espíritu nuevo y una visión nueva. El Señor hace que el profeta sea sólido como una fortaleza y resistente como un muro de bronce. Una decisión así impulsa a Dios a enviar a su propio Hijo, Jesucristo, para que sea el Emmanuel, el «Dios con nosotros» y nos acompañe «todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.