ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 5 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 2,8-20

Los sacerdotes no decían: "¿Dónde está Yahveh?";
ni los peritos de la Ley me conocían;
y los pastores se rebelaron contra mí,
y los profetas profetizaban por Baal,
y en pos de los Inútiles andaban. Por eso, continuaré litigando con vosotros
- oráculo de Yahveh -
y hasta con los hijos de vuestros hijos litigaré. Porque, en efecto, pasad a las islas de los Kittim y ved,
enviad a Quedar quien investigue a fondo,
pensadlo bien y ved
si aconteció cosa tal: si las gentes cambiaron de dioses
- ¡aunque aquéllos no son dioses! -.
Pues mi pueblo ha trocado su Gloria por el Inútil. Pasmaos, cielos, de ello,
erizaos y cobrad gran espanto
- oráculo de Yahveh -. Doble mal ha hecho mi pueblo:
a mí me dejaron,
Manantial de aguas vivas,
para hacerse cisternas,
cisternas agrietadas,
que el agua no retienen. ¿Es un esclavo Israel,
o nació siervo?
Pues ¿cómo es que ha servido de botín? Contra él rugieron leoncillos,
dieron voces
y dejaron su país hecho una desolación,
sus ciudades incendiadas, sin habitantes. Hasta los hijos de Nof y de Tafnis
te han rapado el cráneo. ¿No te ha sucedido esto
por haber dejado a Yahveh tu Dios
cuando te guiaba en tu camino? Y entonces, ¿qué cuenta te tiene encaminarte a Egipto
para beber las aguas del Nilo?,
o ¿qué cuenta te tiene encaminarte a Asur
para beber las aguas del Río? Que te enseñe tu propio daño,
que tus apostasías te escarmienten;
reconoce y ve
lo malo y amargo que te resulta
el dejar a Yahveh tu Dios
y no temblar ante mí
- oráculo del Señor Yahveh Sebaot -. Oh tú, que rompiste desde siempre el yugo
y, sacudiendo las coyundas,
decías: "¡No serviré!",
tú, que sobre todo otero prominente
y bajo todo árbol frondoso
estabas yaciendo, prostituta.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En este largo oráculo profético emerge la maravilla misma de Dios por la actitud de su pueblo que, casi inexplicablemente, lo ha abandonado. Por eso el Señor empieza un verdadero proceso, a través del cual intenta que Israel tome conciencia de su triste situación de debilidad y de pecado. El texto está lleno de preguntas y de exhortaciones, que muestran el deseo de Dios de llevar a su pueblo por el camino de la conversión. Porque ¿cómo se puede entender que el pueblo de Israel abandone a su Señor después de haber recibido tanto? ¿No corremos así el peligro de volvernos esclavos de los ídolos y de nuestro propio yo? Es una decisión fruto del orgullo. En nombre de una falsa idea de libertad nos encaminamos hacia un triste retorno a la situación de esclavitud. El profeta habla de Egipto y de Asiria, las dos grandes potencias de aquel tiempo, hacia las que era fácil «encaminarse» para asegurarse el bienestar económico y la seguridad política. Pero eso significaba también ligarse a los ídolos de aquellos pueblos y, por tanto, renunciar a la libertad. Es la historia triste de todo aquel que acumula bienestar, satisfacciones y tranquilidad solo para sí mismo. Este llega al extremo de blasfemar diciendo: «No serviré». Es el rechazo a amar y a servir a Dios, aunque eso comporte perder la condición de hijo predilecto del Padre. Preferimos servirnos a nosotros mismos antes que servir al Señor y al prójimo. Pero Jesús nos recuerda que, si queremos ser grandes, debemos vivir como siervos, es decir, como él debemos cargar con las penas y los dolores de los demás. Aquel que abandona al Señor para seguirse solo a sí mismo terminará siendo esclavo del egoísmo y de la soledad. Pero el Señor acoge a todo aquel que se refugia en él, porque solo él es «la fuente de agua viva», que puede calmar la sed y dar reposo en el cansancio de la vida.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.