ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

XIV del tiempo ordinario
Recuerdo de Atenágoras (1886-1972), patriarca de Constantinopla, padre del diálogo ecuménico.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 7 de julio

Primera Lectura

Isaías 66,10-14

Alegraos, Jerusalén, y regocijaos por ella
todos los que la amáis,
llenaos de alegría por ella
todos los que por ella hacíais duelo; de modo que maméis y os hartéis
del seno de sus consuelos,
de modo que chupéis y os deleitéis
de los pechos de su gloria. Porque así dice Yahveh:
Mirad que yo tiendo hacia ella,
como río la paz,
y como raudal desbordante
la gloria de las naciones,
seréis alimentados, en brazos seréis llevados
y sobre las rodillas seréis acariciados. Como uno a quien su madre le consuela,
así yo os consolaré
(y por Jerusalén seréis consolados). Al verlo se os regocijará el corazón,
vuestros huesos como el césped florecerán,
la mano de Yahveh se dará a conocer a sus siervos,
y su enojo a sus enemigos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.