ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Miércoles 10 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 4,1-15

¡Si volvieras, Israel!, oráculo de Yahveh,
¡si a mí volvieras!,
si quitaras tus Monstruos abominables,
y de mí no huyeras! Jurarías: "¡Por vida de Yahveh!"
con verdad, con derecho y con justicia,
y se bendecirían por él las naciones,
y por él se alabarían. Porque así dice Yahveh
al hombre de Judá y a Jerusalén:
- Cultivad el barbecho
y no sembréis sobre cardos. Circuncidaos para Yahveh y extirpad los prepucios de vuestros corazones,
hombres de Judá y habitantes de Jerusalén;
no sea que brote como fuego mi saña,
y arda y no haya quien la apague,
en vista de vuestras perversas acciones. Avisad en Judá
y que se oiga en Jerusalén.
Tañed el cuerno por el país,
pregonad a voz en grito:
¡Juntaos,
vamos a las plazas fuertes! ¡Izad bandera hacia Sión!
¡Escapad, no os paréis!
Porque yo traigo una calamidad del norte
y un quebranto grande. Se ha levantado el león de su cubil,
y el devorador de naciones se ha puesto en marcha:
salió de su lugar
para dejar la tierra desolada.
Tus ciudades quedarán arrasadas, sin habitantes. Por ende, ceñíos de sayal,
endechad y plañid:
- "¡No; no se va de nosotros
la ardiente ira de Yahveh!" Sucederá aquel día - oráculo de Yahveh -
que se perderá el ánimo del rey
y el de los príncipes,
se pasmarán los sacerdotes,
y los profetas se espantarán. Y yo digo: "¡Ay, Señor Yahveh!
¡Cómo embaucaste a este pueblo y a Jerusalén
diciendo: "Paz tendréis",
y ha penetrado la espada
hasta el alma!" En aquella sazón se dirá a este pueblo y a Jerusalén:
- Un viento ardiente
viene por el desierto, camino de la hija de mi pueblo,

no para beldar, ni para limpiar. Un viento lleno de amenazas viene de mi parte.
Ahora me toca a mí alegar mis razones respecto a ellos. Ved cómo se levanta cual las nubes,
como un huracán sus carros,
y ligeros más que águilas sus corceles.
- ¡Ay de nosotros, estamos perdidos! - Limpia de malicia tu corazón, Jerusalén,
para que seas salva.
¿Hasta cuándo durarán en ti
tus pensamientos torcidos? Una voz avisa desde Dan
y da la mala nueva desde la sierra de Efraím.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías se dirige a Jerusalén en un momento difícil, probablemente de guerra o de amenaza de guerra. ¿Qué hacer en los tiempos difíciles? La respuesta profética parece inadecuada ante el peligro. Jeremías invita a su pueblo a volver al Señor: «¡Si volvieras, Israel!, oráculo del Señor, ¡si a mí volvieras!». «Volver» en el lenguaje veterotestamentario significa «convertirse», cambiar el corazón, el modo de pensar, el modo de actuar, como dirá poco después: «Circuncidaos para el Señor, extirpad los prepucios de vuestros corazones». En el peligro y en los tiempos de crisis –pensemos en estos tiempos difíciles que el mundo entero está viviendo actualmente– no se pueden buscar solo respuestas materiales o superficiales. Hay que ir a lo más profundo, mirar en el interior, en el corazón, cambiar algo de uno mismo, tal como, por otra parte, nos pide continuamente la Palabra de Dios. La circuncisión física implicaba un corte, un truncamiento. La circuncisión del corazón nos pide cortar todo lo que nos aleja del Señor y del prójimo. Sin duda la situación no mejorará si nos lamentamos o si atribuimos la culpa de las cosas que no van bien a los demás: «Cultivad el barbecho y no sembréis sobre cardos», exhorta el profeta. Cada uno debe comprometerse personalmente, cultivar el terreno de su corazón, para quitar lo que impide la presencia de Dios, llenarlo de sentimientos y de pensamientos de bien. En la vida de cada día es fácil y casi instintivo «sembrar sobre cardos», es decir, esparcir el mal. En los tiempos difíciles mengua la valentía, llega más fácilmente la resignación y todos terminan siendo peores, más individualistas, todos se preocupan menos por los demás: «Aquel día se desanimará el rey y la aristocracia, se pasmarán los sacerdotes, y los profetas se espantarán». La Palabra de Dios nos invita a no ceder a la lógica instintiva de preocuparnos solo por nosotros mismos cerrándonos en nuestros intereses, dispuestos a defendernos solo a nosotros mismos. «Limpia de malicia tu corazón, Jerusalén, para que seas salva. ¿Hasta cuándo durarán en ti tus pensamientos torcidos?», exhorta el Señor. Tenemos que purificar continuamente nuestro corazón escuchando la Palabra del Señor.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.