ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 12 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 4,16-31

Pregonad: "¡Los gentiles! ¡Ya están aquí!";
hacedlo oír en Jerusalén.
Los enemigos vienen de tierra lejana
y dan voces contra las ciudades de Judá. Como guardas de campo se han puesto frente a ella en torno,
porque contra mí se rebelaron - oráculo de Yahveh -. Tu proceder y fechorías
te acarrearon esto;
esto tu desgracia te ha penetrado hasta el corazón
porque te rebelaste contra mí. - ¡Mis entrañas, mis entrañas!,
¡me duelen las telas del corazón,
se me salta el corazón del pecho!
No callaré,
porque mi alma ha oído sones de cuerno,
el clamoreo del combate. Se anuncia quebranto sobre quebranto,
porque es saqueada toda la tierra.
En un punto son saqueadas mis tiendas,
y en un cerrar de ojos mis toldos. ¿Hasta cuándo veré enseñas,
y oiré sones de cuerno? - Es porque mi pueblo es necio:
A mí no me conocen.
Criaturas necias son,
carecen de talento.
Sabios son para lo malo,
ignorantes para el bien. Miré a la tierra, y he aquí que era un caos;
a los cielos, y faltaba su luz. Miré a los montes, y estaban temblando,
y todos los cerros trepidaban. Miré, y he aquí que no había un alma,
y todas las aves del cielo se habían volado. Miré, y he aquí que el vergel era yermo,
y todas las ciudades estaban arrasadas delante de
Yahveh
y del ardor de su ira. Porque así dice Yahveh:
Desolación se volverá toda la tierra,
aunque no acabaré con ella. Por eso ha de enlutarse la tierra,
y se oscurecerán los cielos arriba;
pues tengo resuelta mi decisión
y no me pesará ni me volveré atrás de ella. Al ruido de jinetes y flecheros
huía toda la ciudad.
Se metían por los bosques
y trepaban por las peñas.
Toda ciudad quedó abandonada,
sin quedar en ellas habitantes. Y tú, asolada, ¿qué vas a hacer?
Aunque te vistas de grana,
aunque te enjoyes con joyel de oro,
aunque te pintes con polvos los ojos,
en vano te hermoseas:
te han rechazado tus amantes:
¡tu muerte es lo que buscan! Y entonces oí una voz como de parturienta,
gritos como de primeriza:
era la voz de la hija de Sión,
que gimiendo extendía sus palmas:
"¡Ay, pobre de mí, que mi alma desfallece
a manos de asesinos!"

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

«Es saqueada toda la Tierra», apunta con amargura el profeta. Son palabras que parecen describir muchas tierras del mundo actual rotas por la guerra, por la violencia y por la injusticia. Jeremías describe las trágicas consecuencias que acompañan a la destrucción de Jerusalén y el exilio en Babilonia. No puede continuar resignándose ante una situación tan dramática sino que quiere ofrecer una luz de esperanza, la que el Señor encendía precisamente dentro de aquella tragedia. La palabra del profeta nos recuerda también hoy a nosotros, como entonces al pueblo de Israel, que el Señor no es indiferente a lo que les pasa a sus hijos, que no es ajeno a la historia de los hombres. Al contrario, participa en ella profundamente. Es signo de eso el mismo profeta, que siente en lo más profundo de su corazón la guerra, y que se siente terriblemente afectado por cuanto ve. La Palabra de Dios ayuda a leer los signos de los tiempos, a entrar en lo más profundo de la historia, en los dolores del mundo. Sin ella quedaríamos dominados por nosotros mismos, tal vez sintiéndonos víctimas dispuestas a autojustificarse y rápidamente acusando a los demás. A menudo miramos la creación con la inconsciencia que describe el profeta, que atribuye a Dios aquellos males que en realidad provocamos nosotros mismos. «Miré», repite cuatro veces el profeta. Dios «mira», no huye frente al mal, al desierto, a la destrucción. Del mismo modo que el Señor entra en la historia de los hombres, también el discípulo debe dejar de ser indiferente ante la situación del mundo en el que vive. Dios reprocha ásperamente a su pueblo, que no sabe ver y no sabe comprender. Tenemos que adoptar la misma mirada del Señor, que no evita mirar la desolación y el vacío que crean la guerra y la violencia. El Señor mira el mundo y siente compasión por él. Ninguno de nosotros, y sobre todo ningún pobre, encuentra al Señor distraído. Es lo que pide el Señor a todo aquel que confíe en él.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.