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Memoria de la Madre del Señor
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Fiesta de María del Monte Carmelo. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 16 de julio

Fiesta de María del Monte Carmelo.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 6,1-15

Escapad, hijos de Benjamín,
de dentro de Jerusalén,
en Técoa tañed el cuerno,
y sobre Bet Hakkérem izad bandera,
porque una desgracia amenaza del norte
y un quebranto grande. ¿Acaso a una deliciosa pradera
te comparas, hija de Sión? A ella vienen pastores
con sus rebaños,
han montado las tiendas,
junto a ella en derredor,
y apacientan cada cual su manada. - "¡Declaradle la guerra santa!
¡En pie y subamos contra ella a mediodía!...
¡Ay de nosotros, que el día va cayendo,
y se alargan las sombras de la tarde!... ¡Pues arriba y subamos de noche
y destruiremos sus alcázares!" Porque así dice Yahveh Sebaot:
"Talad sus árboles
y alzad contra Jerusalén un terraplén."
Es la ciudad de visita.
Todo el mundo se atropella en su interior. Cual mana un pozo sus aguas,
tal mana ella su malicia.
"¡Atropello!", "¡despojo!" - se oye decir en
ella;
ante mí de continuo heridas y golpes. Aprende, Jerusalén,
no sea que se despegue mi alma de ti,
no sea que te convierta en desolación,
en tierra despoblada. Así dice Yahveh Sebaot:
Busca, rebusca como en una cepa
en el resto de Israel;
vuelve a pasar tu mano
como el vendimiador por los pámpanos. - ¿A quiénes que me oigan voy a hablar y avisar?
He aquí que su oído es incircunciso
y no pueden entender.
He aquí que la palabra de Yahveh se les ha vuelto oprobio:

no les agrada. También yo estoy lleno de la saña de Yahveh
y cansado de retenerla.
La verteré sobre el niño de la calle
y sobre el grupo de mancebos juntos.
También el hombre y la mujer serán apresados,
el viejo con la anciana. Pasarán sus casas a otros,
campos y mujeres a la vez,
cuando extienda yo mi mano
sobre los habitantes de esta tierra - oráculo de
Yahveh -. Porque desde el más chiquito de ellos hasta el más grande,
todos andan buscando su provecho,
y desde el profeta hasta el sacerdote,
todos practican el fraude. Han curado el quebranto de mi pueblo
a la ligera, diciendo: "¡Paz, paz!",
cuando no había paz. ¿Se avergonzaron de las abominaciones que hicieron?
Avergonzarse, no se avergonzaron;
sonrojarse, tampoco supieron;
por tanto caerán con los que cayeren;
tropezarán cuando se les visite
- dice Yahveh.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El profeta vuelve a hablar para que el pueblo se convierta a Dios y abandone su conducta pecaminosa. Y lo hace con insistencia porque insistente es el amor del Señor que quiere salvar de la invasión del enemigo, que ya está cerca de Jerusalén. Dios, que ve mucho más claramente que los hombres, suplica al profeta para que no deje de hablar y encuentre a quien lo escucha. De la escucha depende la conversión de los pecados y la salvación de la ciudad. Por eso el Señor insiste al profeta para que tenga la misma paciencia que aquel que va a buscar en la viña lo que ha quedado tras la vendimia. No debemos resignarnos ante el mal y el esfuerzo de comunicar la Palabra de Dios. Los cristianos son como aquel campesino al que se dirige el profeta para que no deje de recoger lo que ha quedado: «Busca, rebusca como en una cepa en el resto de Israel; vuelve a pasar tu mano como el vendimiador por los pámpanos». Todavía no hemos hecho todo lo necesario. Juan Pablo II en la encíclica Redemptoris missio escribe que «después de dos milenios de historia cristiana la misión de la Iglesia todavía está en sus inicios». Aquel que pasa a vendimiar no sabe qué encontrará, pero no por eso deja de intentarlo. El Señor confía que es posible encontrar a quien le escuche. Pero hay que acercarse y probar la Palabra de Dios, hacen falta personas dispuestas a llevar a cabo esta tarea. Es evidente que también el profeta se indigna ante mujeres y hombres que han caído en manos del mal. La Palabra de Dios nos despierta de una vida triste y resignada, y llega al corazón no como una condena sino como una oración: «¿A quiénes que me oigan voy a hablar y avisar?». Esta súplica de Dios es una invitación a probar su palabra y comunicarla sin cansancio, como aquel profeta que busca lo que ha quedado en la vid para llevarlo ante el Señor. Esta tarea lleva a cabo una función de protección del mundo, para que el mal no prevalezca y no llegue a destruir lo que el Señor ha construido. No basta con decir «paz, paz», mientras que no hay paz. Es urgente escuchar la Palabra de Dios para que todos seamos trabajadores de paz.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.