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Vigilia del domingo
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Recuerdo del profeta Elías, que fue elevado al cielo y dejó a Eliseo su manto. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 20 de julio

Recuerdo del profeta Elías, que fue elevado al cielo y dejó a Eliseo su manto.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 8,1-13

En aquel tiempo - oráculo de Yahveh - sacarán de sus tumbas los huesos de los reyes de Judá, los huesos de sus príncipes, los huesos de los sacerdotes, los huesos de los profetas y los huesos de los moradores de Jerusalén, y los dispersarán ante el sol, la luna y todo el ejército celeste a quienes amaron y sirvieron, a quienes siguieron, consultaron y adoraron, para no ser recogidos ni sepultados más: se volverán estiércol sobre la haz de la tierra. Y será preferible la muerte a la vida para todo el resto que subsistiere de este linaje malo adondequiera que yo les relegue - oráculo de Yahveh Sebaot -. Les dirás: Así dice Yahveh:
Los que caen ¿no se levantan?
y si uno se extravía ¿no cabe tornar? Pues ¿por qué este pueblo sigue apostatando,
Jerusalén con apostasía perpetua?
Se aferran a la mentira,
rehúsan convertirse. He escuchado atentamente:
no hablan a derechas.
Nadie deplora su maldad
diciendo: "¿Qué he hecho?"
Todos se extravían, cada cual en su carrera,
cual caballo que irrumpe en la batalla. Hasta la cigüeña en el cielo
conoce su estación,
y la tórtola, la golondrina o la grulla
observan la época de sus migraciones.
Pero mi pueblo ignora
el derecho de Yahveh. ¿Cómo decís: "Somos sabios,
y poseemos la Ley de Yahveh?"
Cuando es bien cierto que en mentira la ha cambiado
el cálamo mentiroso de los escribas. Los sabios pasarán vergüenza,
serán abatidos y presos.
He aquí que han desechado la palabra de Yahveh,
y su sabiduría ¿de qué les sirve? Así que yo daré sus mujeres a otros,
sus campos a nuevos amos,
porque del más chiquito al más grande
todos andan buscando su provecho,
y desde el profeta hasta el sacerdote,
todos practican el fraude. Han curado el quebranto de la hija de mi pueblo
a la ligera, diciendo: "¡Paz, paz!",
cuando no había paz. ¿Se avergonzaron de las abominaciones que hicieron?
¡Avergonzarse, no se avergonzaron;
sonrojarse, tampoco supieron!
Por tanto caerán con los que cayeren;
tropezarán cuando se les visite
- dice Yahveh -. Quisiera recoger de ellos alguna cosa
- oráculo de Yahveh -
pero no hay racimos en la vid
ni higos en la higuera,
y están mustias sus hojas.
Es que yo les he dado
quien les despoje.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ni siquiera después de la muerte hay paz para quien se deja atrapar por la idolatría. Es lo más deshonroso que pueda haber, lo más alejado del amor por la vida y por una digna sepultura tras la muerte. ¿Por qué tanta dureza en las palabras del profeta? No son amenazas ni castigos infligidos por Dios. Son la descripción de una situación que es consecuencia de determinadas decisiones, es decir, de una vida gastada por la vanidad hacia los ídolos. La consecuencia no puede ser otra que un final ignominioso. Sin embargo, hay una posibilidad de invertir este destino de muerte. El Señor ofrece siempre posibilidades al hombre para que vuelva a él, como leemos: «Los que caen ¿no se levantan?; y si uno se extravía ¿no sabe volver? Pues, ¿por qué este pueblo sigue apostatando?». Sí, el que se extravía puede volver, siempre. Pero debemos reflexionar sobre nuestros comportamientos, no actuar siempre pensando que lo que hacemos es lo correcto. La Palabra de Dios nos ayuda a reflexionar, a volver a nosotros mismos, nos corrige. Sí, también es verdad para nosotros: «Nadie deplora su maldad diciendo: “¿Qué hice?”. Todos se extravían, cada cual en su carrera, como caballo desbocado en la batalla». Nos dominan la costumbre y el instinto. No nos paramos a reflexionar y por tanto nada cambia en nosotros ni fuera de nosotros. La sabiduría para vivir bien viene de escuchar fiel y continuamente la palabra del Señor. Sin esta sabiduría quedamos presos de una visión angosta de la realidad. Por segunda vez (cfr. 6,14) Jeremías repite la admonición: «Han curado el quebranto de la hija de mi pueblo a la ligera, diciendo: “¡Paz, paz!”, cuando no había paz». ¡Qué ciertas son estas palabras también hoy! Muchos hablan de paz pensando que están en paz consigo mismos, evitando mirar la injusticia y la violencia de la sociedad para vivir tranquilos. La paz no llegará haciendo caso omiso a los dolores del mundo y de los pobres. En lugar de avergonzarnos por el mal que hay en cada uno de nosotros, lo aceptamos todo y lo justificamos todo, hasta el mal, como si fuera normal para salvarse a uno mismo y ponerse a buen recaudo. El profeta nos invita a no tener miedo de reconocer el mal que hay en nosotros.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.