ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 27 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 10,1-16

Oíd la palabra que os dedica Yahveh, oh casa de Israel. Así dice Yahveh:
Al proceder de los gentiles no os habituéis,
ni de los signos celestes os espantéis.
¡Que se espanten de ellos los gentiles! Porque las costumbres de los gentiles son vanidad:
un madero del bosque,
obra de manos del maestro
que con el hacha lo cortó, con plata y oro lo embellece,
con clavos y a martillazos se lo sujeta
para que no se menee. Son como espantajos de pepinar, que ni hablan.
Tienen que ser transportados, porque no andan.
No les tengáis miedo, que no hacen ni bien ni mal. No hay como tú, Yahveh;
grande eres tú,
y grande tu Nombre en poderío. ¿Quién no te temerá, Rey de las naciones?
Porque a ti se te debe eso.
Porque entre todos los sabios de las naciones
y entre todos sus reinos
no hay nadie como tú. Todos a la par son estúpidos y necios:
lección de madera la que dan los ídolos. Plata laminada,
de Tarsis importada,
y oro de Ofir;
hechura de maestro
y de manos de platero
(de púrpura violeta y escarlata es su vestido):
todos son obra de artistas. Pero Yahveh es el Dios verdadero;
es el Dios vivo
y el Rey eterno.
Cuando se irrita, tiembla la tierra,
y no aguantan las naciones su indignación. (Así les diréis: "Los dioses que no hicieron el cielo ni la tierra, perecerán de la tierra y de debajo del cielo.") El es quien hizo la tierra con su poder,
el que estableció el orbe con su saber,
y con su inteligencia expandió los cielos. Cuando da voces,
hay estruendo de aguas en los cielos,
y hace subir las nubes desde el extremo de la tierra.
El hace los relámpagos para la lluvia y saca el viento de
sus depósitos. Todo hombre es torpe para comprender,
se avergüenza del ídolo todo platero,
porque sus estatuas son una mentira
y no hay espíritu en ellas. Vanidad son, cosa ridícula;
al tiempo de su visita perecerán. No es así la "Parte de Jacob",
pues él es el plasmador del universo,
y aquel cuyo heredero es Israel;
Yahveh Sebaot es su nombre.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Israel vivía en medio de pueblos politeístas, cada uno con su divinidad. Israel a menudo estaba tentada de confiar en aquellos ídolos porque parecían dar seguridad. Para los profetas no era fácil ir contra esta continua tentación del pueblo de Israel. Isaías (40,12-31), por ejemplo, compara en varias ocasiones la grandeza y la fuerza del Dios de Israel con la vanidad de los ídolos de los pueblos vecinos. El salmo 115, hablando de los ídolos, dice explícitamente: «Tienen boca y no hablan, tienen ojos y no ven, tienen orejas y no oyen, tienen nariz y no huelen. Tienen manos y no palpan, tienen pies y no caminan, tienen garganta sin voz». Parece oír la ironía con la que el profeta Elías invitaba a los profetas de Baal, divinidades de Canaán, a gritar más fuerte para que su dios se despertara y les escuchara (1 R 18,27-28). La idolatría, es decir, confiar la vida a lo que no es importante, es, en realidad, una tentación presente también hoy y muchas veces atrapa también a no pocos cristianos. Los «ídolos vanos» se presentan con respuestas fáciles a nuestras necesidades; en realidad solo crean dependencia y miedos. Tiene razón el profeta: parecen dar seguridad en los momentos de incertidumbre y de dificultad, pero en realidad solo provocan miedo. «No les tengáis miedo –nos dice el profeta también a nosotros–, que no hacen ni bien ni mal». ¡No son más que engaño! El creyente pone su confianza en el Señor y escucha solo su palabra: de ese modo vive en la libertad de los hijos de Dios. El Señor es nuestra fuerza y nuestra única salvación. Y solo él nos puede librar del miedo. Él creó la Tierra, es el creador que sostiene el mundo y guía a su pueblo y a su descendencia. No debemos tener miedo, ni tampoco necesitamos librarnos del miedo poniendo nuestra confianza en extraños poderes. Nuestro Dios, que se nos ha manifestado en Jesús, tiene el poder de curar y de salvar. Pongamos nuestra confianza solo en él y nos salvaremos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.