ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los pobres

Recuerdo de Marta. Acogió al Señor Jesús en su casa. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 29 de julio

Recuerdo de Marta. Acogió al Señor Jesús en su casa.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 10,17-25

Recoge del suelo tu mercancía,
oh tú, que estás sitiada: porque así dice Yahveh:
He aquí que yo voy a hondear
a los moradores del país
- ¡esta vez va de veras! -
y les apremiaré
de modo que den conmigo. - "¡Ay de mí, por mi quebranto!
¡me duele la herida!
Y yo que decía:
"Ese es un sufrimiento,
pero me lo aguantaré"... Mi tienda ha sido saqueada,
y todos mis tensores arrancados.
Mis hijos me han sido quitados y no existen.
No hay quien despliegue ya mi tienda
ni quien ice mis toldos." - Es que han sido torpes los pastores
y no han buscado a Yahveh;
así no obraron cuerdamente,
y toda su grey fue dispersada. ¡Se oye un rumor! ¡ya llega!:
un gran estrépito del país del norte,
para trocar las ciudades de Judá
en desolación, guarida de chacales. Yo sé, Yahveh,
que no depende del hombre su camino,
que no es del que anda
enderezar su paso. Corrígeme, Yahveh, pero con tino,
no con tu ira, no sea que me quede en poco. Vierte tu cólera sobre las naciones
que te desconocen,
y sobre los linajes
que no invocan tu Nombre.
Porque han devorado a Jacob hasta consumirle,
lo han devorado y su mansión han desolado.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

«¡Ay de mí, qué quebranto!, ¡cómo me duele la herida! Y yo que decía: “Solo es un sufrimiento, y me lo aguantaré”». En estas palabras de los habitantes de una ciudad destruida oímos resonar el dolor y la amargura de entonces y de los muchos pueblos del mundo que hoy se ven aplastados por la guerra. ¿Podrán aguantar su dolor? ¿Se podrá curar su herida? Cada vez que abrimos la Biblia no podemos evitar hacernos esta pregunta porque la Palabra de Dios nos ayuda a asomarnos a los sufrimientos de los hombres. A veces hay realmente pocos pastores, poca gente que se ocupe de ese dolor: «Es que han sido torpes los pastores y no han buscado al Señor; así no obraron cuerdamente, y toda su grey fue dispersada». Faltan buenos samaritanos que sepan inclinarse sobre las heridas de quien sufre. A eso se añade la desorientación y la incertidumbre de este tiempo de crisis. Muchos tienen la sensación de que «no depende de ellos su camino». Otros «no deciden la rectitud de sus pasos». El mundo se ha endurecido para muchos, sobre todo para los pobres, que a menudo quedan abandonados a su suerte, como «ovejas que no tienen pastor». ¿Quién se ocupará de ellos? Nos dirigimos al Señor para que ayude: «Corrígeme, Señor, pero con tino, no con tu ira, no sea que me quede en poco». La reacción del hombre de fe no consiste en lamentarse o culpar a otros, sino ante todo invocar la ayuda del Señor y ofrecer su disponibilidad para hacer un mundo más justo. La palabra del Señor ante todo «corrige» nuestra pereza y nuestra resignación. La palabra nos dice que las cosas pueden cambiar si empezamos por nosotros mismos. Todos somos llamados a ser mejores, a cambiarnos a nosotros mismos para poder transformar el mundo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.