ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 31 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 12,1-6

Tu llevas la razón, Yahveh,
cuando discuto contigo,
no obstante, voy a tratar contigo un punto de
justicia.
¿Por qué tienen suerte los malos,
y son felices todos los felones? Los plantas, y enseguida arraigan,
van a más y dan fruto.
Cerca estás tú de sus bocas,
pero lejos de sus riñones. En cambio a mí ya me conoces, Yahveh; me has visto
y has comprobado que mi corazón está contigo.
Llévatelos como ovejas al matadero,
y conságralos para el día de la matanza. (¿Hasta cuándo estará de luto la tierra y la hierba de todo el campo estará seca? Por la maldad de los que moran en ella han desaparecido bestias y aves.) Porque han dicho:
"No ve Dios nuestros senderos." - Si con los de a pie corriste y te cansaron,
¿cómo competirás con los de a caballo?
Y si en tierra abierta te sientes seguro.
¿qué harás entre el boscaje del Jordán? Porque incluso tus hermanos y la casa de tu padre, ésos también te traicionarán y a tus espaldas gritarán. No te fíes de ellos cuando te digan hermosas palabras.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Muchas veces en la Biblia encontramos la pregunta sobre el porqué del bienestar de los que hacen el mal, mientras que la situación de los que hacen el bien a menudo es dramática. El libro de Job plantea la gran pregunta del sufrimiento del justo, que parece convertirse en un acto de acusación a Dios. Y en el libro de la Sabiduría los impíos dicen: «Venid, pues, y disfrutemos de los bienes presentes» (2,6), mientras que los justos parecen sufrir inútilmente. La pregunta sobre el porqué de la presencia del mal en el mundo, aunque puede tener rasgos de protesta, en realidad es sobre todo un grito de ayuda y una oración para que el Señor intervenga y no permita que el mal prevalezca sobre el bien. Dios no desprecia y no es sordo a lo que pide el hombre de fe, aunque sus demandas expresan incertidumbre o duda, o incluso parecen una acusación como las palabras de Job. En un mundo a menudo injusto y violento, donde los pobres y los débiles son aplastados por el bienestar de los ricos, los creyentes apelan a la justicia misericordiosa de Dios. Él conoce el corazón de los hombres y de los pobres que se dirigen a él, y atenderá sus súplicas. Efectivamente «el hombre opulento no entiende, a las bestias mudas se parece» (Sal 49,13). Realmente el hombre en la prosperidad no dura, su vida se seca y su espíritu se empobrece. Sobre todo en la prosperidad perdemos a menudo la verdadera dimensión de los demás, olvidamos la pobreza y la injusticia del mundo. También nosotros nos unimos a las primeras palabras del profeta: «Tú llevas la razón, Señor, cuando discuto contigo, no obstante, voy a tratar contigo un punto de justicia…». No tengamos miedo de plantearle a Dios una pregunta sobre la justicia, porque eso hace que seamos conscientes del mal que hay en el mundo y nos ayuda a salir de la indiferencia, que como cristianos no nos podemos permitir. En la oración encontramos la justa conciencia de la injusticia y también el inicio de una respuesta, la de un Dios que escucha y se ocupa de aquella injusticia, del mismo modo que no se olvidó de su pueblo en Egipto.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.