ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 1 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 12,7-17

Dejé mi casa,
abandoné mi heredad,
entregué el cariño de mi alma
en manos de sus enemigos. Se ha portado conmigo mi heredad
como un león en la selva:
me acosaba con sus voces; por eso la aborrecí. ¿Es por ventura un pájaro pinto mi heredad?
Las rapaces merodean sobre ella.
¡Andad, juntaos, fieras todas del campo:
id al yantar! Entre muchos pastores destruyeron mi viña,
hollaron mi heredad,
trocaron mi mejor campa
en un yermo desolado. La convirtieron en desolación lamentable,
en inculta para mí.
Totalmente desolado está todo el país
porque no hay allí nadie que lo sienta. Sobre todos los calveros del desierto
han venido saqueadores
(porque una espada tiene Yahveh devorada),
de un cabo al otro de la tierra
no hubo cuartel para alma viviente. Sembraron trigo, y espinos segaron,
se afanaron sin provecho.
Vergüenza les dan sus cosechas,
por causa de la ira ardiente de Yahveh. Así dice Yahveh: En cuanto a todos los malos vecinos que han tocado la heredad que di en precio a mi pueblo Israel, he aquí que yo los arranco de su solar. (Y a la casa de Judá voy a arrancarla de en medio de ellos.) Pero luego de haberlos arrancado, me volveré y les tendré lástima, y les haré retornar, cada cual a su heredad y a su tierra. Y entonces, si de veras aprendieron el camino de mi pueblo jurando en mi Nombre: "¡Por vida de Yahveh!" - lo mismo que ellos enseñaron a mi pueblo a jurar por Baal - serán restablecidos a la par de mi pueblo. Mas si no obedecen, arrancaré a aquella gente y arrancada quedará y la haré perecer - oráculo de Yahveh -.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Los profetas hablan en varias ocasiones de los profetas del pueblo. También Jesús en el capítulo diez de Juan utilizará esta imagen para indicar su preocupación por los hombres. En una sociedad campesina que se dedicaba al pastoreo, el pastor era una figura habitual, que expresaba bien la responsabilidad de un hombre dedicado por completo al rebaño. El pastor indica a aquel que, de algún modo u otro, tiene una responsabilidad sobre aquellos que se le confían. Jerusalén está devastada a causa de la guerra y de la deportación, y Jeremías lo atribuye a la irresponsabilidad de los pastores: «Entre muchos pastores destruyeron mi viña, hollaron mi heredad, trocaron mi mejor campo en un yermo desolado. La convirtieron en desolación lamentable, me la dejaron yerma». A pesar de que la imagen pueda parecer arcaica en nuestra cultura, expresa con claridad muchas situaciones en las que aquellos que tienen la responsabilidad del bien común no se ocupan de los demás, sino que miran por su interés convirtiendo así la sociedad en un desierto de humanidad. Jesús dice claramente que o somos pastores o nos convertimos en mercenarios, gente que vive para su propio interés, sin preocuparse por el rebaño que se le ha confiado. Debemos constatar con tristeza que las palabras del profeta son actuales incluso en el mundo de hoy. Pero Dios no es insensible. El lenguaje profético es como siempre duro, casi difícil de entender y de aceptar, pero indica un cambio radical. Dios no acepta que su rebaño sea abandonado: «A todos los malos vecinos que han tocado la heredad… he decidido arrancarlos. Y a la casa de Judá voy a arrancarla de en medio de ellos». Dios no interviene solo contra los pueblos extranjeros. Su pueblo, Judá, no está exento de responsabilidad. Pero el Señor «volverá y tendrá lástima» de su pueblo. Dios realmente elige la compasión ante las situaciones más difíciles. Esa será también la actitud de Jesús, el Buen Samaritano de la humanidad.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.