ORACIÓN CADA DÍA

Oración por los enfermos
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos
Lunes 5 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 14,1-16

Palabra de Yahveh a Jeremías, a propósito de la sequía. Judá está de luto,
y sus ciudades lánguidas:
están sórdidas de tierra,
y sube el alarido de Jerusalén. Sus nobles mandaban a los pequeños por agua:
llegaban a los aljibes
y no la encontraban;
volvían con sus cántaros vacíos.
Quedaban confundidos y avergonzados
y se cubrían la cabeza. El suelo está consternado
por no haber lluvia en la tierra.
Confusos andan los labriegos,
se han cubierto la cabeza. Hasta la cierva en el campo parió y abandonó,
porque no había césped. Los onagros se paraban sobre los calveros,
aspiraban el aire como chacales,
tenían los ojos consumidos
por falta de hierba. Aunque nuestras culpas atesten contra nosotros,
Yahveh, obra por amor de tu Nombre.
Cierto, son muchas nuestras apostasías,
contra ti hemos pecado. ¡Oh esperanza de Israel, Yahveh,
Salvador suyo en tiempo de angustia!
¿Por qué has de ser cual forastero en la tierra,
o cual viajero que se tumba para hacer noche? ¿Por qué has de ser como un pasmado, como un valiente incapaz de ayudar?
Pues tú estás entre nosotros, Yahveh,
y por tu Nombre se nos llama,
¡no te deshagas de nosotros! Así dice Yahveh de este pueblo: ¡Cómo les gusta vagabundear!, no contienen sus pies. Pero Yahveh no se complace en ellos: ahora se va a acordar de su culpa y a castigar su pecado. Y me dijo Yahveh: "No intercedas en pro de este pueblo. Así ayunen, no escucharé su clamoreo; y así levanten holocausto y ofrenda, no me complacerán; sino que con espada, con hambre y con peste voy a acabarlos." Dije yo: "¡Ah, Señor Yahveh! Pues he aquí que los profetas están diciéndoles: No veréis espada, ni tendréis hambre, sino que voy a daros paz segura en este lugar." Y me dijo Yahveh: "Mentira profetizan esos profetas en mi nombre. Yo no les he enviado ni dado instrucciones, ni les he hablado. Visión mentirosa, augurio fútil y delirio de sus corazones os dan por profecía. Por tanto, así dice Yahveh: Tocante a los profetas que profetizan en mi nombre sin haberles enviado yo, y que dicen: No habrá espada ni hambre en este país, con espada y con hambre serán rematados los tales profetas, y el pueblo al que profetizan yacerá derribado por las calles de Jerusalén, por causa del hambre y de la espada, y no habrá sepulturero para ellos ni para sus mujeres, sus hijos y sus hijas; pues volcaré sobre ellos mismos su maldad."

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El profeta habla en un momento difícil para la vida de su pueblo. Una gran sequía ha provocado carestía y muerte, y el pueblo está postrado, confundido y decepcionado: «Judá está de luto, sus ciudades desfallecen sombrías y abatidas, y sube el alarido de Jerusalén». La Palabra de Dios no solo ayuda a comprender profundamente lo que pasa en la historia, sino que pone también en nuestra boca las palabras de la oración. En medio de las dificultades y el dolor el pueblo de Israel eleva una oración a Dios para que no lo abandone. Resuenan en las palabras de Jeremías las palabras de muchos salmos en los que hombres enfermos, sufrientes o perseguidos invocan la fuerza de Dios que salva: «Las olas de la muerte me envolvían, me espantaban los torrentes destructores, los lazos de Seol me rodeaban, me aguardaban los cepos de la muerte. En mi angustia grité al Señor, pedí socorro a mi Dios; desde su templo escuchó mi voz, resonó mi socorro en sus oídos» (Sal 18,5-7). En la angustia Israel reconoce sus infidelidades y su pecado, aunque este reconocimiento es contradictorio. Dios reprocha a su pueblo que vaya vagando lejos de él, como los vagabundos. Nosotros mismos vagamos perdiendo nuestros pasos. El Señor dice no estar ya dispuesto a escuchar la oración de un pueblo que se sigue a sí mismo («no escucharé su clamoreo») mientras escucha las palabras tranquilizantes de falsos profetas que intentan esconder el mal («Mentira profetizan esos profetas en mi nombre. Yo no los he enviado»). No se trata de esconder el mal. En todo caso debemos escuchar más intensamente para encontrar las respuestas que buscamos. De esta idea se deduce aún con mayor fuerza que solo Dios puede ayudar y salvar, pues no es indiferente a las oraciones de su pueblo: «Tú estás entre nosotros, Señor, y por tu Nombre se nos llama, ¡no te deshagas de nosotros!».

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.