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Para los musulmanes es el final del ayuno del mes del Ramadán (Aid al-Fitr). Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 8 de agosto

Para los musulmanes es el final del ayuno del mes del Ramadán (Aid al-Fitr).


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 15,1-9

Y me dijo Yahveh: Aunque se me pongan Moisés y Samuel por delante, no estará mi alma por este pueblo. Échales de mi presencia y que salgan. Y como te digan: "¿A dónde salimos?", les dices: Así dice Yahveh:
Quien sea para la muerte, a la muerte;
quien para la espada, a la espada;
quien para el hambre, al hambre,
y quien para el cautiverio, al cautiverio. Haré que se encarguen de ellos cuatro géneros (de males) - oráculo de Yahveh -: la espada para degollar, los perros para despedazar, las aves del cielo y las bestias terrestres para devorar y estragar. Los convertiré en espantajo para todos los reinos de la tierra, por culpa de Manasés, hijo de Ezequías, rey de Judá, por lo que hizo en Jerusalén. ¿Quién, pues, te tendrá lástima, Jerusalén?
¿quién meneará la cabeza por ti?
¿quién se alargará a saludarte? Tú me has abandonado - oráculo de Yahveh -
de espaldas te has ido.
Pues yo extiendo mi mano sobre ti y te destruyo.
Estoy cansado de apiadarme, y voy a beldarlos con el bieldo
en las puertas del país.
He dejado sin hijos, he malhadado a mi pueblo,
porque de sus caminos no se convertían. Yo les he hecho más viudas
que la arena de los mares.
He traído sobre las madres de los jóvenes guerreros
al saqueador en el pleno mediodía.
He hecho caer sobre ellos de pronto
sobresalto y alarma. Mal lo pasó la madre de siete hijos:
exhalaba el alma,
se puso su sol siendo aún de día,
se avergonzó y se abochornó.
Y lo que queda de ellos, a la espada voy a entregarlo
delante de sus enemigos - oráculo de Yahveh -.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El lenguaje del profeta se endurece. Dios parece realmente injusto, como se presentó a Job. Sí, Dios se enfurece ante un pueblo que no escucha, ante gente que sigue sus propias costumbres: «He dejado sin hijos, he malhadado a mi pueblo, porque de sus caminos no se convertían». La ira de Dios nace de su amor, de la pasión de quien no se resigna ante gente que no escucha, que continúa siguiéndose solo a sí misma. Llega incluso a decir que no escuchará su súplica «aunque se me pongan Moisés y Samuel por delante». Moisés y Samuel son presentados como hombres cuya oración fue escuchada y cambió la historia de su pueblo. Moisés lo hizo al inicio del éxodo, de la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto. ¡Qué eficaz fue su oración! También Samuel vio los albores de un tiempo nuevo, el paso de Israel a la monarquía, primero de Saúl y luego de David. Dos profetas, dos intercesores. Ninguna oración parece agradable a Dios si no se hace con un corazón humilde, dispuesto a escuchar y a cambiar. Existe también una oración hecha por costumbre, que no transforma interiormente. Es lo que Jesús afirma cuando dice: «No todo el que me diga: “Señor, Señor”, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre» (Mt 7,21). Aquel que no hace su oración con Dios y no aprende a hacer su voluntad está destinado a seguir su triste destino, casi como si Dios no pudiera hacer nada por aquellos que se alejan de él y se siguen a sí mismos. «Échalos de mi presencia y que salgan. Y como te digan: “¿A dónde salimos?”, les dices: Así dice el Señor: Quien sea para la muerte, a la muerte…». La Palabra de Dios no obliga, no se impone. A veces los hombres se empeñan en elegir un destino triste, porque continúan en sus costumbres y no se dan cuenta del final que les espera.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.