ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 12 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 16,1-21

La palabra de Yahveh me fue dirigida en estos términos: No tomes mujer ni tengas hijos ni hijas en este lugar. Que así dice Yahveh de los hijos e hijas nacidos en este lugar, de sus madres que los dieron a luz y de sus padres que los engendraron en esta tierra: De muertes miserables morirán, sin que sean plañidos ni sepultados. Se volverán estiércol sobre la haz del suelo. Con espada y hambre serán acabados, y serán sus cadáveres pasto para las aves del cielo y las bestias de la tierra. Sí, así dice Yahveh: No entres en casa de duelo, ni vayas a plañir, ni les consueles; pues he retirado mi paz de este pueblo - oráculo de Yahveh - la merced y la compasión. Morirán grandes y chicos en esta tierra. No se les sepultará, ni nadie les plañirá, ni se arañarán ni se raparán por ellos, ni se partirá el pan al que está de luto para consolarle por el muerto, ni le darán a beber la taza consolatoria por su padre o por su madre. Y en casa de convite tampoco entres a sentarte con ellos a comer y beber. Que así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel: He aquí que voy a hacer desaparecer de este lugar, a vuestros propios ojos y en vuestros días, toda voz de gozo y alegría, la voz del novio y la voz de la novia. Luego, cuando hayas comunicado a este pueblo todas estas palabras, y te digan: "¿Por qué ha pronunciado Yahveh contra nosotros toda esta gran desgracia? ¿cuál es nuestra culpa, y cuál nuestro pecado que hemos cometido contra Yahveh nuestro Dios?", tú les dirás: "Es porque me dejaron vuestros padres - oráculo de Yahveh - y se fueron tras otros dioses y les sirvieron y adoraron, y a mí me dejaron, y mi Ley no guardaron. Y vosotros mismos habéis hecho peor que vuestros padres, pues he aquí que va cada uno en pos de la dureza de su mal corazón, sin escucharme. Pero yo os echaré lejos de esta tierra, a otra que no habéis conocido vosotros ni vuestros padres, y serviréis allí a otros dioses día y noche, pues no os otorgaré perdón." En efecto, mirad que vienen días - oráculo de Yahveh - en que no se dirá más: "¡Por vida de Yahveh, que subió a los hijos de Israel de Egipto!", sino: "¡Por vida de Yahveh, que subió a los hijos de Israel del país del norte, y de todos los países a donde los arrojara!" Pues yo los devolveré a su solar, que di a sus padres. He aquí que envío a muchos pescadores - oráculo de Yahveh - y los pescarán. Y luego de esto enviaré a muchos cazadores, y los cazarán de encima de cada monte y de cada cerro y de los resquicios de las peñas. Porque mis ojos están puestos sobre todos sus caminos: no se me ocultan, ni se zafa su culpa de delante de mis ojos. Pagaré doblado por su culpa y su pecado, porque ellos execraron mi tierra con la carroña de sus Monstruos abominables, y de sus Abominaciones llenaron mi heredad. ¡Oh Yahveh, mi fuerza y mi refuerzo,
mi refugio en día de apuro!
A ti las gentes vendrán
de los confines de la tierra y dirán:
¡Luego Mentira recibieron de herencia nuestros
padres,
Vanidad y cosas sin provecho! ¿Es que va a hacerse el hombre dioses para sí?
¡aunque aquellos no son dioses! Por tanto, he aquí que yo les hago conocer
- esta vez sí -
mi mano y mi poderío,
y sabrán que mi nombre es Yahveh.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El lenguaje de Jeremías parece casi contradictorio: primero habla de desdichas y luego anuncia la intervención salvadora de Dios. El profeta es invitado a no compartir los momentos de luto y de fiesta de su pueblo. La vida del profeta no se puede conformar a la mentalidad y a las costumbres. Sabe bien que debe escuchar por encima de todo la Palabra de Dios. Además, la verdadera cuestión religiosa de Israel continúa estando ligada a la escucha del Señor y la obediencia de la palabra escuchada. Cuando Israel pida: «“¿Por qué ha pronunciado el Señor contra nosotros toda esta gran desgracia?, ¿cuál es nuestra culpa y cuál nuestro pecado que hemos cometido contra el Señor nuestro Dios?”, tú les dirás: “Es porque me dejaron vuestros padres… va cada uno en pos de la dureza de su mal corazón, sin escucharme”». El Señor, aun así, no se resigna a la dureza de corazón de su pueblo, no lo abandona a sus ganas de rebelión y de pecado. Con la amenaza de un padre severo pero bueno, el Señor amenaza a Israel porque espera que reconozca su pecado y la necesidad que tiene de ser salvado. Esa conciencia es propia de todo creyente: no podemos llegar a la salvación sin un profundo sentimiento de humildad, es decir, sin reconocer nuestro pecado y, por tanto, que necesitamos ser salvados. A menudo vivimos con la convicción de estar en lo cierto. En realidad, nos seguimos solo a nosotros mismos, y estamos convencidos de que tenemos la razón. Y por eso decidimos no escuchar ni a Dios ni a los demás. Pero nada será como antes. Dios intervendrá y cambiará el curso de la historia. Escribe el profeta: «En efecto, mirad que vienen días –oráculo del Señor– en los que no se dirá más: “¡Por vida del Señor, que subió a los israelitas de Egipto!”, sino: “¡Por vida del Señor, que subió a los hijos de Israel del país del norte, y de todos los países a donde los arrojara!”». Es una nueva profesión de fe de un pueblo que reconoce la presencia de Dios que viene a reunir de la dispersión provocada por un exasperado individualismo, para llevar hacia una tierra en la que aprender a vivir juntos. Dios, se podría decir, obligará a su pueblo a volver a Él y, por tanto, a sentirse su pueblo. Enviará a pescadores y cazadores para devolver a la tierra de la promesa a sus hijos dispersos. Así, la narración no puede terminar más que con un reconocimiento de la obra de Dios: «¡Oh Señor, mi fuerza y mi refuerzo, mi refugio en día de apuro! A ti las gentes vendrán de los confines de la Tierra» para reconocer su pecado y la presencia de Dios.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.