ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 23 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 22,13-30

¡Ay del que edifica su casa sin justicia
y sus pisos sin derecho!
De su prójimo se sirve de balde
y su trabajo no le paga. El que dice: "Voy a edificarme una casa espaciosa
y pisos ventilados",
y le abre sus correspondientes ventanas;
pone paneles de cedro y los pinta de rojo. ¿Serás acaso rey
porque seas un apasionado del cedro?
Tu padre, ¿no comía y bebía?
- "También hizo justicia y equidad."
- Pues mejor para él. - Juzgó la causa del cuitado y del pobrecillo.
- Pues mejor.
¿No es esto conocerme? - oráculo de Yahveh -. Pero tus ojos y tu corazón no están
más que a tu granjería,
- ¡Y a la sangre inocente!
- Para verterla.
- ¡Y al atropello y al entuerto!
- Para hacer tú lo propio. Por tanto, así dice Yahveh respecto a Yoyaquim, hijo de Josías, rey de Judá:
No plañirán por él:
"¡Ay hermano mío!, ¡ay hermana mía!";
no plañirán por él:
"¡Ay Señor!, ¡ay su Majestad!" El entierro de un borrico será el suyo:
arrastrarlo y tirarlo
fuera de las puertas de Jerusalén. Sube al Líbano y clama,
por Basán da voces
y clama desde Abarim,
porque han sido quebrantados todos tus amantes. Te había hablado en tu prosperidad.
Dijiste: "No oigo."
Tal ha sido tu costumbre desde tu mocedad,
nunca oíste mi voz. A todos tus pastores les pastoreará el viento,
y tus amantes cautivos irán.
Entonces sí que estarás avergonzada y confusa
de toda tu malicia. Tú, que te asentabas en el Líbano,
que anidabas en los cedros,
¡cómo suspirarás, en viniéndote los dolores,
el trance como de parturienta! Por mi vida - oráculo de Yahveh -, aunque fuese Konías, el hijo de Yoyaquim, rey de Judá, un sello en mi mano diestra, de allí te arrancaría. Yo te pondré en manos de los que buscan tu muerte, y en manos de los que te atemorizan: en manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia, y en manos de los caldeos; y te arrojaré a ti y a la madre que te engendró a otra tierra donde no habéis nacido, y allí moriréis. Pero a la tierra a donde anhelan volver, no volverán. ¿Es algún trasto despreciable, roto,
este individuo, Konías?;
¿quizá un objeto sin interés?
Pues entonces, ¿por qué han sido arrojados él y su prole,

y echados a una tierra,
que no conocían? ¡Tierra, tierra, tierra!
oye la palabra de Yahveh. Así dice Yahveh:
Inscribid a este hombre: "Un sin hijos,
un fracasado en la vida";
porque ninguno de su descendencia tendrá la suerte
de sentarse en el trono de David
y de ser jamás señor en Judá.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías se dirige sobre todo a los ricos y a los gobernantes de la época, empezando por los reyes, Joaquín y su hijo Jeconías. Todos comparten una constatación que caracteriza la actitud de aquellos que tienen la responsabilidad de gobierno: «Te había hablado en tu prosperidad. Dijiste: “No oigo”. Tal ha sido tu costumbre desde tu mocedad, nunca oíste mi voz» (v. 21). De nuevo la decisión de no escuchar la Palabra de Dios es presentada como la causa del mal que está a punto de caer sobre Jerusalén, sobre Judá y sobre el rey. Poder y riqueza se han convertido en la razón de vivir de muchos. El profeta, como en otras ocasiones, no evita expresiones duras contra aquellos que, aprovechando su poder, cometen injusticias que recaen sobre la vida de los pobres: «¡Ay del que edifica su casa sin justicia y sus pisos sin derecho! De su prójimo se sirve de balde y su trabajo no le paga». No hace falta subrayar la actualidad de estas palabras en nuestra sociedad, donde todavía persiste la explotación e incluso la esclavitud de millones de hombres y mujeres obligados a un duro trabajo por un mísero salario. Una riqueza construida sobre la injusticia llevará ineluctablemente al fracaso y a una muerte deshonrosa. Muy distinta fue la suerte de quien «practicaba justicia y equidad… Juzgaba la causa del cuitado y del pobre». A este Josías, el padre de Salún y del rey Joaquín, «todo le iba bien». Una vida buena es la consecuencia de una vida en la justicia y en el amor por los pobres. Dios rechaza a aquel que gobierna para sus intereses: «Aunque fuese Jeconías, el hijo de Joaquín, rey de Judá, un sello en mi mano diestra, de allí lo arrancaría». No existen lazos eternos con el Señor si no se renuevan cada día en una vida gastada en el amor, en la justicia y en la escucha de la Palabra de Dios. Cada uno de nosotros es llamado a preguntarse cada día cómo volver a escuchar al Señor, para poder vivir aquella atención hacia los pobres que Jesús nos indicó como el camino para reconocerle y para vivir como sus discípulos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.