ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los pobres

Recuerdo del padre Alexander Men, sacerdote ortodoxo de Moscú, asesinado brutalmente en 1990. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 9 de septiembre

Recuerdo del padre Alexander Men, sacerdote ortodoxo de Moscú, asesinado brutalmente en 1990.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 30,1-11

Palabra que fue dirigida a Jeremías de parte de Yahveh: Así dice Yahveh el Dios de Israel: Escríbete todas las palabras que te he hablado en un libro. Pues he aquí que vienen días - oráculo de Yahveh - en que haré tornar a los cautivos de mi pueblo Israel (y de Judá) - dice Yahveh - y les haré volver a la tierra que di a sus padres en posesión. Estas son las palabras que dirigió Yahveh a Israel (y a Judá). Así dice Yahveh:
Voces estremecedoras oímos:
¡Pánico, y no paz! Id a preguntar, y ved
si pare el macho.
Entonces ¿por qué he visto a todo varón
con las manos en las caderas, como la que da a luz,
y todas las caras se han vuelto amarillas? ¡Ay! porque grande es aquel día,
sin semejante,
y tiempo de angustia es para Jacob;
pero de ella quedará salvo. (Acontecerá aquel día - oráculo de Yahveh Sebaot - que romperé el yugo de sobre tu cerviz y tus coyundas arrancaré, y no te servirán más los extranjeros, sino que Israel y Judá servirán a Yahveh su Dios y a David su rey, que yo les suscitaré.) Pero tú no temas, siervo mío Jacob
- oráculo de Yahveh -
ni desmayes, Israel,
pues mira que yo acudo a salvarte desde lejos
y tu linaje del país de su cautiverio;
volverá Jacob,
se sosegará y estará tranquilo,
y no habrá quien le inquiete, pues contigo estoy yo - oráculo de Yahveh - para salvarte:
pues acabaré con todas las naciones
entre las cuales te dispersé.
pero contigo no acabaré;
aunque sí te corregiré como conviene,
ya que impune no te dejaré.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Con esta página empieza el «Libro de la consolación», que comprende los capítulos 30-31. Hasta este momento el profeta ha pronunciado varios oráculos que contenían anuncios de desastres, muertes y deportaciones. Todo ello no sucedía por casualidad, sino como consecuencia amarga de la rebelión del pueblo de Judá que había dejado de seguir la Palabra de Dios y no escuchaba al profeta que con convicción y continuidad la comunicaba. Pero el Señor, siempre misericordioso, se conmueve por su pueblo y anuncia un gran cambio. Conoce la aflicción y el dolor que el pueblo casi se ha buscado con su comportamiento distante de la Ley de Dios. Pero el Señor se conmueve una vez más. Llama al profeta y le dice: «Escríbete en un libro todas las palabras que te he dirigido. Pues vienen días –oráculo del Señor– en que haré tornar a los cautivos de mi pueblo… y los haré volver a la tierra que di a sus padres en posesión». El Señor, una vez más, toma la iniciativa de la liberación. No soporta las «voces estremecedoras», «pánico, y no paz». Y decide intervenir para empezar el día de la liberación: «Acontecerá aquel día –oráculo del Señor– que romperé el yugo de sobre tu cerviz y tus coyundas arrancaré, y no te servirán más los extranjeros». Es el Señor, quien esta vez rompe el yugo y las coyundas. Y el pueblo puede mirar con esperanza real a su futuro. La tierra que había recibido volverá a ser suya. Se repite la experiencia del Éxodo: el pueblo saldrá del país en el que vivía como forastero y entrará en aquella tierra que es signo de la alianza de Dios. Pero ¿el pueblo sabrá leer esta nueva intervención de Dios? Lo sabrá hacer solo si dispone su oído al Señor que no deja de dirigirle su palabra. La salvación de los creyentes pasa siempre por una escucha renovada. El Señor no se queda lejos y mudo. Continúa hablando. Y también en esta ocasión dice: «Pero tú no temas, siervo mío Jacob –oráculo del Señor–, ni desmayes, Israel, pues mira que acudo a salvarte desde lejos, y a tu linaje del país de su cautiverio». Y eso puede suceder no por una exhortación fácil y simplemente optimista. La liberación se produce porque «contigo estoy yo para salvarte», afirma el Señor. Esta es la explicación última de lo que sucederá: el Señor viene como salvador, como Aquel que libera al pueblo de las tinieblas y de la soledad y lo vuelve a llevar al país que poseía. El mismo Señor cambia el signo de su «día» y hace que sea día de libertad y de bien. El terror se convierte en paz, y los gritos de horror dejan de oírse. Vendrá un Mesías de paz, y su día estará lleno de felicidad.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.