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Memoria de los santos y de los profetas
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Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de los atentados terroristas perpetrados en EEUU en 2001; recuerdo de las víctimas del terrorismo y de la violencia, y oración por la paz. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 11 de septiembre

Recuerdo de los atentados terroristas perpetrados en EEUU en 2001; recuerdo de las víctimas del terrorismo y de la violencia, y oración por la paz.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 31,1-14

En aquel tiempo - oráculo de Yahveh - seré el Dios de todas las familias de Israel, y ellos serán mi pueblo. Así dice Yahveh:
Halló gracia en el desierto
el pueblo que se libró de la espada:
va a su descanso Israel. De lejos Yahveh se me apareció.
Con amor eterno te he amado:
por eso he reservado gracia para ti. Volveré a edificarte y serás reedificada,
virgen de Israel;
aún volverás a tener el adorno de tus adufes,
y saldrás a bailar entre gentes festivas. Aún volverás a plantar viñas
en los montes de Samaría:
(plantarán los plantadores, y disfrutarán). Pues habrá un día en que griten los centinelas
en la montaña de Efraím:
"¡Levantaos y subamos a Sión,
adonde Yahveh, el Dios nuestro!" Pues así dice Yahveh:
Dad hurras por Jacob con alegría,
y gritos por la capital de las naciones;
hacedlo oír, alabad y decid:
"¡Ha salvado Yahveh a su pueblo,
al Resto de Israel!" Mirad que yo los traigo
del país del norte,
y los recojo de los confines de la tierra.
Entre ellos, el ciego y el cojo,
la preñada y la parida a una.
Gran asamblea vuelve acá. Con lloro vienen
y con súplicas los devuelvo,
los llevo a arroyos de agua
por camino llano, en que no tropiecen.
Porque yo soy para Israel un padre,
y Efraím es mi primogénito. Oíd la palabra de Yahveh, naciones,
y anunciad por las islas a lo lejos,
y decid:
"El que dispersó a Israel le reunirá
y le guardará cual un pastor su hato." Porque ha rescatado Yahveh a Jacob,
y le ha redimido de la mano de otro más fuerte. Vendrán y darán hurras en la cima de Sión
y acudirán al regalo de Yahveh:
al grano, al mosto, y al aceite virgen,
a las crías de ovejas y de vacas,
y será su alma como huerto empapado,
no volverán a estar ya macilentos. Entonces se alegrará la doncella en el baile,
los mozos y los viejos juntos,
y cambiaré su duelo en regocijo,
y les consolaré y alegraré de su tristeza; empaparé el alma de los sacerdotes de grasa,
y mi pueblo de mi regalo se hartará
- oráculo de Yahveh -.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El lenguaje del amor es el más adecuado para expresar la relación del Señor con su pueblo: «Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti. Volveré a edificarte y serás reedificada, virgen de Israel». El amor de Dios por Israel es «eterno», duradero. Se mantiene pase lo que pase. El inicio podemos buscarlo en el Éxodo, cuando Dios, tras haber liberado a su pueblo de la esclavitud de Egipto, afianzó la alianza entre él y su pueblo en el desierto. Sí, el desierto fue testigo del cariño con el que Dios, el esposo, se ocupaba de la esposa. Allí Israel aprendió a amar al Señor, y el Señor selló con su pueblo un pacto de fidelidad, que se asentaba en un «amor eterno» (v. 3). También el profeta Oseas utiliza la imagen conyugal y se refiere a Dios como Aquel que desea restablecer el amor inicial con Israel y elige el lugar donde surgió dicho amor: «Voy a seducirla; voy a llevarla al desierto y le hablaré al corazón» (Os 2,16). El desierto no es un lugar mítico, sino el lugar donde el amor se construye con tenacidad y dedicación, donde el creyente se da cuenta de la fuerza de la pasión y de la necesidad de la fidelidad al Señor y a su alianza. El desierto se convierte en un camino de esperanza que va hacia un «descanso» (v. 2). Pero ¿con qué podemos comparar hoy el desierto, si no con nuestras ciudades, que muchas veces carecen de vida y de amor, es decir, que son justo como un desierto? Y aquí, en este desierto contemporáneo, los creyentes deben redescubrir y revivir la alianza con Dios. Aquí, en medio de nuestras ciudades, está el crisol del amor, de la pasión por una nueva ciudad que sea un lugar de serenidad y de paz para todos. El camino que va del desierto a Jerusalén no es un espacio distinto, no es un camino extraño a la vida de los hombres. Aquel camino está dentro de la ciudad, dentro de la convivencia humana. Nosotros somos llamados a hacer que nuestras ciudades, que a menudo parecen un desierto en el que vive la violencia y la soledad, sean un lugar de amor y de paz. Así nuestras ciudades empezarán a parecerse a la Jerusalén entendida como «descanso», casa de paz en la que vive el Señor, aquel monte santo que resplandece y es luz que se expande por la Tierra. Es un camino que va hacia arriba, que se distancia de los egocentrismos que continuamente nos arrastran hacia abajo. El oráculo profético indica el camino que va de una ciudad-desierto a una ciudad-pacificada, donde la sequía desaparece y los bienes son abundantes, donde jóvenes y ancianos comparten bailes de alegría. Es la profecía sobre la comunidad de los creyentes reunida ante el Señor y que forma parte de su designio de amor por el mundo. En ella están los pobres y los enfermos, «el ciego y el cojo» (v. 8), las mujeres y los niños, todos los que se sienten atraídos por el Evangelio de la amistad y de la fiesta. Nadie queda abandonado. Dice el Señor: «Yo soy para Israel un padre, y Efraín es mi primogénito» (v. 9).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.