ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Recuerdo de los estigmas de san Francisco. Francisco se hace similar al Señor y recibe en el monte de la Verna los signos de las heridas de Jesús. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 17 de septiembre

Recuerdo de los estigmas de san Francisco. Francisco se hace similar al Señor y recibe en el monte de la Verna los signos de las heridas de Jesús.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 32,26-44

Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh como sigue: Mira que yo soy Yahveh, el Dios de toda carne. ¿Habrá cosa extraordinaria para mi? Pues así dice Yahveh: He aquí que yo pongo esta ciudad en manos de los caldeos y en manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia, que la tomará, y entrarán los caldeos que atacan a esta ciudad y le prenderán fuego incendiándola junto con las casas en cuyos terrados se incensaba a Baal y se libaban libaciones a otros dioses para provocarme. Porque los hijos de Israel y los hijos de Judá no han hecho otra cosa sino lo que me disgusta desde sus mocedades (porque los hijos de Israel no han hecho más que provocarme con las obras de sus manos - oráculo de Yahveh -). Porque motivo de mi furor y de mi ira ha sido para mí esta ciudad, desde el día en que la edificaron hasta hoy, que es como para quitármela de delante, por toda la maldad de los hijos de Israel y de los hijos de Judá, que, para provocarme, obraron ellos, sus reyes, sus jefes, sus sacerdotes y profetas, el hombre de Judá y el habitante de Jerusalén, y me volvieron la espalda, que no la cara. Yo les adoctriné asiduamente, mas ellos no quisieron aprender la lección, sino que pusieron sus Monstruos abominables en la Casa que llaman por mi Nombre, profanándola, y fraguaron los altos del Baal que hay en el Valle de Ben Hinnom para hacer pasar por el fuego a sus hijos e hijas en honor del Moloc - lo que no les mandé ni me pasó por las mientes -, obrando semejante abominación con el fin de hacer pecar a Judá. Ahora, pues, en verdad así dice Yahveh, el Dios de Israel, acerca de esta ciudad que - al decir de vosotros - está ya a merced del rey de Babilonia por la espada, por el hambre y por la peste. He aquí que yo los reúno de todos los países a donde los empujé en mi ira y mi furor y enojo grande, y les haré volver a este lugar, y les haré vivir en seguridad, serán mi pueblo, y yo seré su Dios; y les daré otro corazón y otro camino, de suerte que me teman todos los días para bien de ellos y de sus hijos después de ellos. Les pactaré alianza eterna - que no revocaré después de ellos - de hacerles bien, y pondré mi temor en sus corazones, de modo que no se aparten de junto a mí; me dedicaré a hacerles bien, y los plantaré en esta tierra firmemente, con todo mi corazón y con toda mi alma. Porque así dice Yahveh: Como he traído sobre este pueblo todo este gran perjuicio, así yo mismo voy a traer sobre ellos todo el beneficio que pronuncio sobre ellos, y se comprarán campos en esta tierra de la que decís vosotros que es una desolación, sin personas ni ganados, y que está a merced de los caldeos; se comprarán campos con dinero, anotándose en escritura, sellándose y llamando testigos, en la tierra de Benjamín y en los contornos de Jerusalén, en las ciudades de Judá, en las de la Montaña, en las de la Tierra Baja y en las del Négueb, pues haré tornar a sus cautivos - oráculo de Yahveh -.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El pecado del pueblo ha sido grave y repetido. Durante los siglos de historia de los dos reinos, el de Israel y el de Judá, las infidelidades y los periodos en los que el pueblo ha olvidado al Señor se han multiplicado incluso de manera prepotente: «me volvieron la espalda, que no la cara» (v. 33), lamenta el Señor. El pueblo aprendió a seguir su camino por su cuenta y a desafiar la voluntad del Señor. Y cuando el Señor los corregía, ellos no escuchaban y continuaban siguiendo su camino. Somos tan esclavos de nosotros mismos que el pecado a menudo nos hace ser testarudos y perseverantes en el error. Todos hemos vivido esa triste experiencia. Y cuando no escuchamos el grito de ayuda de los pobres y de los oprimidos, y pasamos de largo mirando hacia otro lado, entonces el pecado sobrepasa los límites. En Jerusalén, los responsables de la ciudad ofrecían sacrificios humanos al dios Mólec, pensando que la sangre de los niños que le ofrecían iba a proporcionarles todo tipo de bienes. La verdadera religión y la verdadera humanidad no pueden aceptar el derramamiento de sangre inocente como la de los niños. Y con amargura constatamos que todavía hoy muchas veces se derrama sangre inocente sobre los altares de los intereses partidistas. Y, al igual que entonces, el pecado llega a límites intolerables. En el tiempo del profeta Jeremías el final de Jerusalén significaba el final de un mundo que no podía seguir siendo injusto y cruel. Pero ¿acaso hay una alternativa a la destrucción de un mundo que, en realidad, no quiere tener un futuro? La respuesta nos la da Dios mismo: «¿Habrá cosa extraordinaria para mí?» (v. 26). La fuerza misericordiosa del Señor es invencible e imparable. El pueblo de los creyentes puede cambiar y esperar un futuro nuevo en la medida en la que sigue la Palabra del Señor y permite que el Señor actúe en el corazón. El Señor dice: «les daré un solo corazón y una conducta cabal» (v. 39). Ahí empieza el cambio del mundo. Debemos acoger en nuestro corazón el amor del Señor. Y así, también el mundo cambiará.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.