ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 3 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primero de los Macabeos 1,41-53

El rey publicó un edicto en todo su reino ordenando que todos formaran un único pueblo y abandonara cada uno sus peculiares costumbres. Los gentiles acataron todos el edicto real y muchos israelitas aceptaron su culto, sacrificaron a los ídolos y profanaron el sábado. También a Jerusalén y a la ciudades de Judá hizo el rey llegar, por medio de mensajeros, el edicto que ordenaba seguir costumbres extrañas al país. Debían suprimir en el santuario holocaustos, sacrificios y libaciones; profanar sábados y fiestas; mancillar el santuario y lo santo; levantar altares, recintos sagrados y templos idolátricos; sacrificar puercos y animales impuros; dejar a sus hijos incircuncisos; volver abominables sus almas con toda clase de impurezas y profanaciones, de modo que olvidasen la Ley y cambiasen todas sus costumbres. El que no obrara conforme a la orden del rey, moriría. En el mismo tono escribió a todo su reino, nombró inspectores para todo el pueblo, y ordenó a las ciudades de Judá que en cada una de ellas se ofrecieran sacrificios. Muchos del pueblo, todos los que abandonaban la Ley, se unieron a ellos. Causaron males al país y obligaron a Israel a ocultarse en toda suerte de refugios.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Antíoco, para imponer su autoridad sobre los distintos pueblos del reino, quiso unificar las costumbres, la cultura y la religión, como indica el texto: «El rey publicó un edicto en todo su reino ordenando que todos formaran un único pueblo y abandonara cada uno sus peculiares costumbres». En el ámbito religioso impuso a todos –también a los judíos– el culto a Zeus Olímpico, del que era tan devoto que creía ser una encarnación suya viviente. A través de una serie de decretos impuso a Jerusalén y a todas las ciudades de Judá que siguieran «costumbres extrañas al país» cesando toda actividad de culto en el templo y anulando toda observancia religiosa judía. Quien no obedeciera corría peligro de muerte. Es una auténtica dictadura que llega a eliminar la libertad religiosa. Por desgracia, en el siglo pasado –aunque tampoco faltan ejemplos en este inicio de milenio– hubo numerosos ejemplos dramáticos de dictaduras que no solo privaron de las libertades civiles sino que también impidieron la libertad de profesar la propia fe. En el caso de Antíoco se ve claramente la sed de poder que lo lleva a identificarse con la divinidad. Es una tentación recurrente a lo largo de la historia, que, además, se manifiesta de muchos modos. El orgullo y el poder llevan a una prevaricación de tonos casi religiosos, puesto que hacen exaltar a un «yo» que aplasta a los demás. Cada generación, cada tiempo, debe guardarse de este tipo de «dictadura del yo». Pueden cambiar los lugares e incluso las sociedades, pero la conclusión es siempre la misma: el yo que somete la vida de los demás. En contraste con los regímenes dictatoriales del siglo pasado, hoy parece prevalecer una especie de dictadura del materialismo o del dinero que se convierte en una verdadera religión en cuyo altar se sacrifican vidas enteras de personas. Es una dictadura invisible, pero no menos presente y fuerte. Cuando nos saltamos la referencia a Dios, falta todo freno al poder del individuo o del grupo, y se hace más fácil la prevaricación y más difícil la convivencia pacífica y duradera entre los hombres. Solo una alta paternidad común –la de Dios– puede ayudar a los hombres a convivir en paz entre ellos respetándose mutuamente en su diversidad. Comunicar al mundo que existe un único Dios, Padre de todos los pueblos, es la misión que Dios confía primero a Israel y luego a la Iglesia. Es una tarea que une las dos religiones. Sí, judíos y cristianos tenemos una misión universal: comunicar el único Dios, creador y Padre de todos, a un mundo cuyos pueblos tienen dificultad por encontrar la armonía y la paz.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.