ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 10 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primero de los Macabeos 2,39-48

Lo supieron Matatías y sus amigos y sintieron por ellos gran pesar. Pero se dijeron: «Si todos nos comportamos como nuestros hermanos y no peleamos contra los gentiles por nuestras vidas y nuestras costumbres, muy pronto nos exterminarán de la tierra.» Aquel mismo día tomaron el siguiente acuerdo: «A todo aquel que venga a atacarnos en día de sábado, le haremos frente para no morir todos como murieron nuestros hermanos en las cuevas.» Se les unió por entonces el grupo de los asideos, israelitas valientes y entregados de corazón a la Ley. Además, todos aquellos que querían escapar de los males, se les juntaron y les ofrecieron su apoyo. Formaron así un ejército e hirieron en su ira a los pecadores, y a los impíos en su furor. Los restantes tuvieron que huir a tierra de gentiles buscando su salvación. Matatías y sus amigos hicieron correrías destruyendo altares, obligando a circuncidar cuantos niños incircuncisos hallaron en el territorio de Israel y persiguiendo a los insolentes. La empresa prosperó en sus manos: arrancaron la Ley de mano de gentiles y reyes, y no consintieron que el pecador se impusiera.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tras el martirio de los judíos que no quisieron luchar el sábado, Matatías decidió organizar una acción de resistencia propiamente dicha. Pero, en lugar de la práctica no violenta, como habían hecho aquellos judíos que se habían dejado asesinar para no transgredir el precepto del reposo sabático, Matatías decidió organizar una defensa activa aunque eso comportara romper la observancia del sábado. Él y los suyos dijeron: «A todo aquel que venga a atacarnos en día de sábado, le haremos frente para no morir todos como murieron nuestros hermanos en las cuevas» (v. 41). Se unieron a ellos un grupo de asideos –del término hebreo jasîdîm–, es decir, hombres «piadosos», estrictos observantes de la Ley, como se indica en el texto: «Entregados de corazón a la Ley» (v. 42) en su integridad. Se les podría calificar como el grupo que con mayor firmeza observa y defiende la Ley. Algunos afirman que de ellos surgió el grupo de los fariseos y el de los esenios. Se unieron a ellos también otros y se formó un numeroso grupo armado para hacer frente a la decisión del rey Antíoco. El grupo de Matatías –que ya estaba suficientemente organizado– empezó con acciones de guerrilla contra los judíos que habían traicionado la alianza con Dios o destruyendo los altares paganos que se habían erigido en las ciudades y pueblos por orden del rey. Por otra parte, empezaron a circuncidar a todos aquellos niños que no habían sido circuncidados en obediencia al rey, que lo había prohibido. El autor termina el pasaje anticipando los éxitos que se obtendrán, aunque solo tras largas luchas emprendidas por los macabeos. Pero la victoria final solo llegará porque Matatías agradece la actitud de aquellos que se habían mantenido fieles al Señor. Estos, indica el autor, «persiguieron a los insolentes. La empresa prosperó en sus manos: arrancaron la Ley de manos de paganos y reyes, y no consintieron que el pecador se impusiera» (vv. 47-48). La Ley es presentada como un objeto precioso que, tras ser robado por paganos como desprecio ante los creyentes, es finalmente recuperado. Solo recuperando la Ley se puede combatir y derrotar el pecado. Ese es el significado que transmite esta página: luchar para conquistar la Ley es algo indispensable y esta lucha empieza en el corazón de los discípulos. En los corazones es donde hay que librar la batalla para seguir al Señor y no al maligno, para quedar libres de las cadenas de la esclavitud y vivir libres para amar.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.