ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 11 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primero de los Macabeos 2,49-70

Los días de Matatías se acercaban a su fin. Dijo entonces a sus hijos: «Ahora reina la insolencia y la reprobación,
es tiempo de ruina y de violenta Cólera. Ahora, hijos, mostrad vuestro celo por la Ley;
dad vuestra vida por la alianza de nuestros padres. Recordad las gestas que en su tiempo nuestros padres realizaron;
alcanzaréis inmensa gloria, inmortal nombre. ¿No fue hallado Abraham fiel en la prueba
y se le reputó por justicia? José, en el tiempo de su angustia, observó la Ley
y vino a ser señor de Egipto. Pinjás, nuestro padre, por su ardiente celo,
alcanzó la alianza de un sacerdocio eterno. Josué, por cumplir su mandato,
llegó a ser juez en Israel. Caleb, por su testimonio en la asamblea,
obtuvo una herencia en esta tierra. David, por su piedad,
heredó un trono real para siempre. Elías, por su ardiente celo por la Ley,
fue arrebatado al cielo. Ananías, Azarías, Misael, por haber tenido confianza,
se salvaron de las llamas. Daniel por su rectitud,
escapó de las fauces de los leones. Advertid, pues, que de generación en generación
todos los que esperan en El jamás sucumben. No temáis amenazas de hombre pecador:
su gloria parará en estiércol y gusanos; estará hoy encumbrado y mañana no se le encontrará:
habrá vuelto a su polvo
y sus maquinaciones se desvanecerán. Hijos, sed fuertes y manteneos firmes en la Ley,
que en ella hallaréis gloria. Ahí tenéis a Simeón, vuestro hermano. Sé que es hombre sensato; escuchadle siempre: él será vuestro padre. Tenéis a Judas Macabeo, valiente desde su mocedad: él será jefe de vuestro ejército y dirigirá la guerra contra los pueblos. Vosotros, atraeos a cuantos obervan la Ley, vengad a vuestro pueblo, devolved a los gentiles el mal que os han hecho y observad los preceptos de la Ley.» A continuación, les bendijo y fue a reunirse con sus padres. Murió el año 146 y fue sepultado en Modín, en el sepulcro de sus padres. Todo Israel hizo gran duelo por él.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El autor, tras haber presentado el cuadro de los primeros éxitos obtenidos por Matatías y por el movimiento que suscitó, pasa a terminar la historia. Y lo hace a través de las palabras del mismo Matatías que suenan como un auténtico testamento. Matatías –consciente de que la muerte se acerca– se dirige a los suyos con palabras llenas de sabiduría espiritual. Hace un apunte sobre la dureza de la época que está viviendo el pueblo de Dios: «Ahora reina la insolencia y la reprobación, es tiempo de ruina y de violenta Cólera» (v. 49). Y pide a sus interlocutores que reaccionen de manera audaz: «Ahora, hijos, mostrad vuestro celo por la Ley; dad vuestra vida por la alianza de nuestros padres» (v. 50). Para expresar el «celo» que Matatías pide a sus seguidores, el texto utiliza el mismo término que se utiliza para el asesinato del compatriota que se dirigía al altar para llevar a cabo sacrificios idólatras. No obstante, en esta ocasión, alude inmediatamente a «dar la vida» para defender la alianza. La verdadera defensa de la alianza con Dios no es la de quitar la vida a los demás, sino más bien la de dar la propia vida en defensa de Dios y de la fe. Es la exhortación al martirio entendido como el camino más alto del amor. Y aquí Matatías recuerda la fe de los Padres que fue para ellos motivo de recompensa. Empieza por la presentación de la fe de Abrahán que, por dicha fe quedó justificado, hace referencia luego a la fe de José, que llegó a ser «señor de Egipto», a la de Pinjás, que «alcanzó la alianza de un sacerdocio eterno», y también a la de Josué, que «llegó a ser juez en Israel», la de Caleb, que «obtuvo una herencia en esta tierra», la de David, que tuvo el reino, la de Elías, que «fue arrebatado al cielo», la de Ananías, Azarías y Misael, que «se salvaron de las llamas» y la de Daniel, que «escapó de las fauces de los leones». Matatías, una vez finalizada la lista de los testimonios de la fe, exhorta a los hijos a seguir su ejemplo y confiar solo en Dios: «De generación en generación todos los que esperan en Él jamás sucumben. No temáis amenazas de hombre pecador: su gloria parará en estiércol y gusanos; estará hoy encumbrado y mañana no se le encontrará: habrá vuelto a su polvo y sus maquinaciones se desvanecerán. Hijos, sed fuertes y manteneos firmes en la Ley, que en ella hallaréis gloria» (vv. 61-64). Para Matatías estos ejemplos deberían indicar a los hijos el verdadero modo de encontrar la «gloria» y de obtener un «inmortal nombre»: dos temas recurrentes en el resto del libro. Por desgracia, los hijos traicionarán el mandato del padre porque pensarán que la gloria va asociada al oro y a la púrpura, que se obtienen mayoritariamente con la violencia o estableciendo alianzas con los opresores. En realidad, la gloria y el nombre son prerrogativas divinas. El autor sagrado lo recuerda en otros lugares: el «nombre» indica a Dios (4,33) y la «gloria», al templo (1,40). Aquel que se une a Dios los recibe. Buscar la fama y los honores es un trágico error. En el segundo libro de los Macabeos se dice: renunciar a la gloria de aquel que sufre el martirio le da la victoria sobre la muerte en la resurrección.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.