ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los apóstoles
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los apóstoles

Recuerdo de san Lucas, evangelista y autor de los Hechos de los Apóstoles. Según la tradición fue médico y pintor. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los apóstoles
Viernes 18 de octubre

Salmo responsorial

Salmo 118b (119b)

Recuerda la palabra dada a tu servidor,
de la que has hecho mi esperanza.

Este es mi consuelo en mi miseria:
que tu promesa me da vida.

Los soberbios me insultan hasta el colmo,
yo no me aparto de tu ley.

Me acuerdo de tus juicios de otro tiempo,
oh Yahveh, y me consuelo.

Me arrebata el furor por los impíos
que abandonan tu ley.

Tus preceptos son cantares para mí
en mi mansión de forastero.

Me acuerdo por la noche de tu nombre, Yahveh,
quiero guardar tu ley.

Esta es mi tarea:
guardar tus ordenanzas.

Mi porción, Yahveh, he dicho,
es guardar tus palabras.

Con todo el corazón busco tu favor,
tenme piedad conforme a tu promesa.

He examinado mis caminos
y quiero volver mis pies a tus dictámenes.

Me doy prisa y no me tardo
en observar tus mandamientos.

Las redes de los impíos me aprisionan,
yo no olvido tu ley.

Me levanto a medianoche a darte gracias
por tus justos juicios.

Amigo soy de todos los que te temen
y observan tus ordenanzas.

De tu amor, Yahveh, está la tierra llena,
enséñame tus preceptos.

Has sido generoso con tu siervo,
oh Yahveh, conforme a tu palabra.

Cordura y sabiduría enséñame,
pues tengo fe en tus mandamientos.

Antes de ser humillado, me descarriaba,
mas ahora observo tu promesa.

Tú, que eres bueno y bienhechor,
enséñame tus preceptos.

Los soberbios me enredan con mentira,
yo guardo tus ordenanzas de todo corazón.

Como de grasa su corazón está embotado.
mas yo en tu ley tengo mis delicias.

Un bien para mí ser humillado,
para que aprenda tus preceptos.

Un bien para mí la ley de tu boca,
más que miles de oro y plata.

Tus manos me han hecho y me han formado,
hazme entender, y aprenderé tus mandamientos.

Los que te temen me ven con alegría,
porque espero en tu palabra.

Yo sé, Yahveh, que son justos tus juicios,
que con lealtad me humillas tú.

Sea tu amor consuelo para mí,
según tu promesa a tu servidor.

Me alcancen tus ternuras y viviré,
porque tu ley es mi delicia.

Sean confundidos los soberbios que me afligen con mentira,
yo en tus ordenanzas medito.

Vuélvanse hacia mí los que te temen,
los que conocen tus dictámenes.

Sea mi corazón perfecto en tus preceptos,
para que no sea confundido.

En pos de tu salvación mi alma languidece,
en tu palabra espero.

"Languidecen mis ojos en pos de tu promesa
diciendo: ""¿Cuándo vas a consolarme?"" "

Aun hecho igual que un pellejo que se ahúma,
de tus preceptos no me olvido.

¿Cuántos serán los días de tu siervo?
¿cuándo harás justicia de mis perseguidores?

Los soberbios han cavado fosas para mí
en contra de tu ley.

Todos tus mandamientos son verdad,
con mentira se me persigue, ¡ayúdame!

Poco falta para que me borren de la tierra,
mas yo tus ordenanzas no abandono.

Según tu amor dame la vida,
y guardaré el dictamen de tu boca.

Para siempre, Yahveh, tu palabra,
firme está en los cielos.

Por todas las edades tu verdad,
tú fijaste la tierra, ella persiste.

Por tus juicios subsiste todo hasta este día,
pues toda cosa es sierva tuya.

Si tu ley no hubiera sido mi delicia,
ya habría perecido en mi miseria.

Jamás olvidaré tus ordenanzas,
por ellas tú me das la vida.

Tuyo soy, sálvame,
pues tus ordenanzas voy buscando.

Para perderme me acechan los impíos,
yo estoy atento a tus dictámenes.

De todo lo perfecto he visto el límite:
¡Qué inmenso es tu mandamiento!

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.