ORACIÓN CADA DÍA

Oración por la Paz
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración por la Paz
Lunes 21 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primero de los Macabeos 4,36-61

Judas y sus hermanos dijeron: «Nuestros enemigos están vencidos; subamos, pues, a purificar el Lugar Santo y a celebrar su dedicación.» Se reunió todo el ejército y subieron al monte Sión. Cuando vieron el santuario desolado, el altar profanado, las puertas quemadas, arbustos nacidos en los atrios como en un bosque o en un monte cualquiera, y las salas destruidas, rasgaron sus vestidos, dieron muestras de gran dolor y pusieron ceniza sobre sus cabezas. Cayeron luego rostro en tierra y a una señal dada por las trompetas, alzaron sus clamores al Cielo. Judas dio orden a sus hombres de combatir a los de la Ciudadela hasta terminar la purificación del Lugar Santo. Luego eligió sacerdotes irreprochables, celosos de la Ley, que purificaron el Lugar Santo y llevaron las piedras de la contaminación a un lugar inmundo. Deliberaron sobre lo que había de hacerse con el altar de los holocaustos que estaba profanado. Con buen parecer acordaron demolerlo para evitarse un oprobio, dado que los gentiles lo habían contaminado. Lo demolieron, pues, y depositaron sus piedras en el monte de la Casa, en un lugar conveniente, hasta que surgiera un profeta que diera respuesta sobre ellas. Tomaron luego piedras sin labrar, como prescribía la Ley, y contruyeron un nuevo altar como el anterior. Repararon el Lugar Santo y el interior de la Casa y santificaron los atrios. Hicieron nuevos objetos sagrados y colocaron dentro del templo el candelabro, el altar del incienso y la mesa. Quemaron incienso sobre el altar y encendieron las lámparas del candelabro, que lucieron en el Templo. Pusieron panes sobre la mesa, colgaron las cortinas y dieron fin a la obra que habían emprendido. El día veinticinco del noveno mes, llamado Kisléu, del año 148, se levantaron al romper el día y ofrecieron sobre el nuevo altar de los holocaustos que habían construido un sacrificio conforme a la Ley. Precisamente fue inaugurado el altar, con cánticos, cítaras, liras y címbalos, en el mismo tiempo y el mismo día en que los gentiles la habían profanado. El pueblo entero se postró rostro en tierra, y adoró y bendijo al Cielo que los había conducido al triunfo. Durante ocho días celebraron la dedicación del altar y ofrecieron con alegría holocaustos y el sacrificio de comunión y acción de gracias. Adornaron la fachada del Templo con coronas de oro y pequeños escudos, restauraron las entradas y las salas y les pusieron puertas. Hubo grandísima alegría en el pueblo, y el ultraje inferido por los gentiles quedó borrado. Judas, de acuerdo con sus hermanos y con toda la asamblea de Israel, decidió que cada año, a su debido tiempo y durante ocho días a contar del veinticinco del mes de Kisléu, se celebrara con alborozo y regocijo el aniversario de la dedicación del altar. Por aquel tiempo, levantaron en torno al monte Sión altas murallas y fuertes torres, no fuera que otra vez se presentaran como antes los gentiles y lo pisotearan. Puso Judas allí una guarnición que lo defendiera y para que el pueblo tuviese una fortaleza frente a Idumea, fortificó Bet Sur.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Judas y su pueblo, tras la victoria sobre el ejército sirio liderado por Lisias, van a Jerusalén. Al entrar a la ciudad se dirigieron hacia el templo y presenciaron una escena dramática: «Vieron el santuario desolado, el altar profanado, las puertas quemadas, arbustos nacidos en los atrios como en un bosque o en un monte cualquiera, y las salas destruidas» (v. 38). El autor sagrado alude a la tristeza y al dolor de todo el pueblo de Judas por lo que veían. Escribe el texto: «Rasgaron sus vestidos, dieron muestras de gran dolor y echaron ceniza sobre sus cabezas. Cayeron luego rostro en tierra y a una señal dada por las trompetas, alzaron sus clamores al Cielo» (vv. 39-40). Judas decidió que un grupo de los suyos mantuviera bajo control a la guarnición siria atrincherada en el Akra de la ciudad, mientras él se ocupaba de la purificación del templo y de la restauración del culto. En primer lugar hizo destruir el altar que los paganos habían modificado y que habían utilizado para celebrar «los holocaustos de la Abominación de la Desolación» (1,54). Las piedras que habían sido profanadas se colocaron en un lugar aparte a la espera de que surgiera un profeta que pudiera determinar cómo había que volverlas a poner. No siempre se ve claro lo que hay que hacer y puede ser sensato esperar que el Señor inspire las palabras apropiadas. En cualquier caso, era urgente reconstruir el santuario. Por eso se pusieron inmediatamente a trabajar para reconstruir el altar, «como prescribía la Ley», es decir, con piedras no trabajadas, que no hubieran tocado hierro, porque profanaría la piedra, como indicaba la ley mosaica (Ex 20,25). Según la tradición judía, tampoco la Torá podía escribirse con pluma de metal, material con el que se construían instrumentos de guerra. La narración de la construcción del altar y de su consagración quiere destacar la centralidad que asume el culto al Señor para la religiosidad que Judas quiere afirmar para su pueblo. La celebración tuvo lugar en el año 164 antes de Cristo, exactamente tres años después de que Antíoco hubiera empezado a ofrecer sacrificios idólatras (1,59). La fiesta duró ocho días, como la de la dedicación del templo de Salomón (1 R 8,65-66) y la fiesta de los Tabernáculos. El autor asevera que el sacrificio se celebró «como prescribía la Ley». Con ello indica que se restableció el verdadero culto al Señor y todo el pueblo pudo manifestar su alegría que reparaba el dolor que habían sentido al inicio cuando vieron la profanación del altar. En aquella ocasión no se trató simplemente de una restauración de las piedras sino de una reanudación de aquella alianza que todo el pueblo de Israel debía vivir con fidelidad. Por eso se instituyó la fiesta de la Dedicación, que debía celebrarse cada año durante el mes de diciembre. Es la fiesta que el evangelista Juan recuerda con el nombre griego de Encenia (10,22) y que los judíos todavía celebran con el nombre de Hanukkah, que significa, precisamente, «dedicación».

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.