ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 24 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primero de los Macabeos 5,21-54

Simón partió para Galilea y luego de empeñar muchos combates con los gentiles, los derrotó y los persiguió hasta la entrada de Tolemaida. Sucumbieron unos 3.000 gentiles y se llevó sus despojos. Tomó luego consigo a los judíos de Galilea y Arbattá, con sus mujeres, hijos y cuanto poseían, y en medio de una gran alegría los llevó a Judea. Por su parte, Judas Macabeo y su hermano Jonatán atravesaron el Jordán y caminaron tres jornadas por el desierto. Se encontraron con los nabateos, que les acogieron amistosamente y les pusieron al tanto de lo que les ocurría a sus hermanos de la región de Galaad: que muchos de ellos se encontraban encerrados en Bosorá y Bosor, en Alemá, Casfó, Maqued y Carnáyim, todas ellas ciudades fuertes y grandes; que también los había encerrados en las demás ciudades de la región de Galaad, y que sus enemigos habían fijado el día siguiente para atacar las fortalezas, tomarlas y exterminarlos a todos en un solo día. Inmediatamente Judas hizo que su ejército tomara el camino de Bosorá, a través del desierto; tomó la ciudad y después de pasar a filo de espada a todo varón y de saquearla por completo, la incendió. Partió de allí por la noche y avanzó hasta las cercanías de la fortaleza. Cuando, al llegar el día, alzaron los judíos sus ojos, vieron una muchedumbre innumerable que levantaba escalas e ingenios para tomar la plaza, y había comenzado ya el ataque. Al ver que el ataque se había iniciado y que un inmenso griterío y sonido de trompetas se levantaba de la ciudad hasta el cielo, Judas dijo a los hombres de su ejército: «Combatid hoy por vuestros hermanos.» Y, ordenados en tres columnas, les hizo avanzar detrás del enemigo tocando las trompetas y gritando invocaciones. El ejército de Timoteo, al reconocer que era Macabeo, huyeron ante él, sufrieron una fuerte derrota y dejaron tendidos unos 8.000 hombres aquel día. Volvióse luego Judas contra Alemá. La atacó, la tomó y después de matar a todos los varones y saquearla, la dio a las llamas. Partiendo de allí, se apoderó de Casfó, Maqued, Bosor y de las restantes ciudades de la región de Galaad. Después de estos acontecimientos, juntó Timoteo un nuevo ejército y acampó frente a Rafón, al otro lado del torrente. Judas envió a reconocer el campamento y le trajeron el siguiente informe: «Todos los gentiles de nuestro alrededor se le han unido y forman un ejército considerable. Tienen además, como auxiliares, árabes tomados a sueldo. Acampan al otro lado del torrente y están preparados para venir a atacarte.» Judas salió a su encuentro. Cuando se aproximaba con su ejército al torrente de agua, dijo Timoteo a los capitanes de sus tropas: «Si él lo pasa primero y viene sobre nosotros, no podremos resistirle, porque nos vencerá seguramente, pero si muestra miedo y acampa al otro lado del río, lo atravesaremos nosotros, iremos sobre él y le venceremos.» Cuando Judas llegó al borde del torrente de agua, situó a los escribas del pueblo a la orilla y les dio esta orden: «No dejéis acampar a nadie; que todos vayan al combate.» Pasó él el primero contra el enemigo y toda su gente le siguió. Los gentiles todos, derrotados ante ellos, tiraron las armas y corrieron a buscar refugio en el templo de Carnáyim. Pero los judíos tomaron la ciudad y quemaron el templo con todos los que había dentro. Carnáyim fue arrasada. Y ya nadie pudo resistir a Judas. Judas reunió a todos los israelitas de la región de Galaad, pequeños y grandes, a sus mujeres, hijos y bienes, una inmensa muchedumbre, para llevarlos al país de Judá. Llegaron a Efrón, ciudad importante y muy fuerte, situada en el camino. Necesariamente tenían que pasar por ella, por no haber posibilidad de desviarse ni a la derecha ni a la izquierda. Pero los habitantes les negaron el paso y bloquearon las entradas con piedras. Judas les envió un mensaje en son de paz diciéndoles: «Pasaremos por vuestro país para llegar al nuestro; nadie os hará mal alguno; no limitaremos a pasar a pie.» Pero no quisieron abrirle. Entonces Judas hizo anunciar por el ejército que cada uno tomara posición donde se encontrara. La gente de guerra tomó posición y Judas atacó la ciudad todo aquel día y toda la noche, hasta que cayó en sus manos. Hizo pasar a filo de espada a todos los varones, la arrasó, la saqueó, y atravesó la ciudad por encima de los cadáveres. Pasaron el Jordán para entrar en la Gran Llanura frente a Bet San. Judas fue durante toda la marcha recogiendo a los rezagados y animando al pueblo hasta llegar a la tierra de Judá. Subieron al monte Sión con alborozo y alegría y ofrecieron holocaustos por haber regresado felizmente sin haber perdido a ninguno de los suyos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El autor narra, en pocas líneas, la acción victoriosa de Simón, hermano de Judas. Simón, que fue enviado a Galilea para luchar contra los gentiles que oprimían a los judíos de la región, los derrotó y se llevó consigo a aquellos judíos a Judea. El autor vuelve a describir con profusión de detalles las distintas acciones que Judas llevó a cabo en Galaad. Junto a su otro hermano Jonatán, había cruzado el Jordán y se había adentrado en el desierto de Transjordania donde se enfrentó a los nabateos. Estos eran una población de origen árabe, o arameo, que se había asentado en los alrededores de la actual ciudad de Petra. La práctica del comercio, su actividad principal, les permitía controlar las rutas comerciales de Oriente Medio que iban del golfo Pérsico al mar Rojo. Los nabateos proporcionaron a Judas una valiosa información sobre los movimientos antijudíos y sobre la situación de los judíos en toda Galaad. Las seis ciudades que se mencionan en el texto están al este del lago de Tiberíades, en el antiguo Basán. Judas decidió atacarlas. El único obstáculo que tenía que superar era la ciudad de Bosorá, a los pies del Hauran. A dicha ciudad le aplicó el despiadado herem (v. 5; Nm 31,7-12), es decir, el asesinato de todos los varones, el saqueo de todos los bienes y el incendio de todo. Desde Bosorá, caminando toda la noche, Judas se dirigió hacia la fortaleza de Datemá, donde los judíos se habían refugiado para huir de la persecución. La ciudad estaba sitiada por los hombres de Timoteo, que la mañana del día siguiente asaltaron la ciudad. Era urgente, pues, adoptar una acción rápida y decidida. Judas ganó en un primer enfrentamiento, pero Timoteo reordenó sus tropas. Ambos sabían que el enfrentamiento era decisivo. Judas tomó la iniciativa e intervino primero, rompiendo las filas de las tropas enemigas que no pudieron evitar la terrible suerte del herem. Una vez finalizadas felizmente las distintas incursiones, Judas decidió llevar a todos los judíos a Jerusalén. Aumentar la población judía de Jerusalén y sus alrededores era útil para reforzar el retorno. Judas –teniendo en cuenta que había mujeres y niños– eligió el camino más cómodo y pasó por el altiplano del Jordán. El camino atraviesa un pueblo llamado Efrón. La resistencia al paso de los judíos se resolvió con la destrucción del pueblo. ¿Cómo no recordar que fue totalmente distinta la reacción de Jesús frente a la negación a que pasara por un pueblo de Samaría? Estamos, claro está, en una época de la historia de la salvación en la que no todavía no se había comprendido todo el mensaje de Dios. Ya había pasado algo similar en tiempos del éxodo con el rey amorreo Sijón (Nm 21,21-25). Finalmente Judas con sus tropas y los judíos, rescatados de la violencia, atravesaron el Jordán recogiendo también a los «rezagados» para que no se perdieran: «Judas fue durante toda la marcha recogiendo a los rezagados y animando al pueblo hasta llegar a la tierra de Judá» (v. 53). Toda la narración bíblica, hasta su culminación en Jesús, da muestra de la clara voluntad de Dios de no perder a nadie de su pueblo. Jesús lo dirá expresamente: «Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que él me ha dado» (Jn 6,39). Y cuando hace balance, al final de sus días, Jesús le dice al Padre: «De los que me has dado, no he perdido a ninguno» (Jn 18,9). Evidentemente, están muy lejos del pensamiento de Jesús los métodos violentos que utilizaba Judas, pero la tensión por salvar de la esclavitud a los hijos de Dios es la misma. Y también es idéntica la meta, como escribe el texto: «Subieron al monte Sión con alborozo y alegría y ofrecieron holocaustos por haber regresado felizmente sin haber perdido a ninguno de los suyos» (v. 54). Ya había empezado por aquel entonces el sueño de Dios por el mundo, es decir, llevar a todos los pueblos al monte santo de Sión.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.