ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 25 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primero de los Macabeos 5,55-68

Cuando Judas y Jonatán estaban en el país de Galaad, y su hermano Simón en Galilea, frente a Tolemaida, José, hijo de Zacarías, y Azarías, jefes del ejército, al oír las proezas y combates que aquéllos habían realizado, se dijeron: «Hagamos nosotros también célebre nuestro nombre saliendo a combatir a los gentiles de los alrededores.» Y dieron orden a la tropa que estaba bajo su mando de ir sobre Yamnia. Gorgias salió de la ciudad con su gente para irles al encuentro y entrar en batalla. Y José y Azarías fueron derrotados y perseguidos hasta la frontera de Judea. Sucumbieron aquel día alrededor de 2.000 hombres del pueblo de Israel. Sobrevino este grave revés al pueblo por no haber obedecido a Judas y sus hermanos, creyéndose capaces de grandes hazañas. Pero no eran ellos de aquella casta de hombres a quienes estaba confiada la salvación de Israel. El valiente Judas y sus hermanos alcanzaron gran honor ante todo Israel y todas las naciones a donde su nombre llegaba. Las muchedumbres se agolpaban a su alrededor para aclamarles. Salió Judas con sus hermanos a campaña contra los hijos de Esaú, al país del mediodía. Tomó Hebrón y sus aldeas, arrasó sus murallas y prendió fuego a las torres de su contorno. Partió luego en dirección al país de los filisteos y atravesó Marisá. Al querer señalarse tomando parte imprudentemente en el combate, cayeron aquel día algunos sacerdotes. Dobló luego Judas sobre Azoto, territorio de los filisteos, y destruyó sus altares, dio fuego a las imágenes de sus dioses y saqueó sus ciudades. Después, regresó al país de Judá.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Judas, antes de ir junto a sus hermanos en distintas expediciones, había encargado a dos lugartenientes, José y Azarías, que mantuvieran el orden en Judea, que la defendieran de eventuales ataques, pero que no entraran «en batalla con los paganos» (vv. 18-19). Pero aquellos, ansiosos de protagonismo, desobedecieron la orden recibida: «Hagamos nosotros –se dijeron entre ellos– también célebre nuestro nombre saliendo a combatir a los paganos de los alrededores» (v. 57). Y atacaron a las tropas sirias de Filistea. Las ansias de protagonismo, junto a la desobediencia, les costó a ellos y a los judíos una amarga derrota, como se indica en el texto: fueron derrotados «por no haber obedecido a Judas y sus hermanos, creyéndose capaces de grandes hazañas» (v. 61). Era una lección sin duda amarga pero también clara: la salvación no depende de las cualidades que uno tenga sino del Señor y de la obediencia a quien el Señor confía la tarea de guiar a su pueblo. En este caso era clara la posición de Judas y de lo que había pedido a los dos lugartenientes. Ese es el sentido de la frase que cierra este amargo episodio: «No eran ellos de aquella casta de hombres a quienes estaba confiada la salvación de Israel» (v. 62). Acababa de pasar la fiesta de Pentecostés y Judas, con sus hermanos ya recubiertos de gloria, se dirigió nuevamente a Idumea, donde saqueó dos importantes ciudades: Hebrón, una antiquísima ciudad conocida por la historia de Abrahán y de David, que la convirtió en capital de su reino, y Marisá, una antigua ciudad cananea que en la época helenista estaba bajo dominio edomita. Judas derrotó tanto a los edomitas, «los hijos de Esaú» como a los sacerdotes que querían oponerle resistencia. La marcha victoriosa de Judas continuó hacia Asdot, cuidad de la costa filistea a medio camino entre Jafa y Gaza, célebre por su templo de Dagón (1 Sm 5-6). La destrucción de los altares subraya una vez más el carácter estrictamente religioso de la revolución de los macabeos cuyo objetivo era, precisamente, restablecer el verdadero culto y difundirlo por otras tierras.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.