ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 30 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primero de los Macabeos 6,48-63

El ejército real subió a Jerusalén, al encuentro de los judíos, y el rey acampó contra Judea y contra el monte Sión. Hizo la paz con los de Bet Sur, que salieron de la ciudad al no tener allí víveres para sostener el sitio por ser año sabático para la tierra. El rey ocupó Bet Sur y dejó allí una guarnición para su defensa. Muchos días estuvo sitiando el santuario. Levantó allí plataformas de tiro e ingenios de guerra, lanzallamas, catapultas, escorpiones de lanzar flechas y hondas. Por su parte, los sitiados construyeron ingenios contra los ingenios de los otros y combatieron durante muchos días. Pero no había víveres en los almacenes, porque aquel era año séptimo, y además los israelitas liberados de los gentiles y traídos a Judea habían consumido las últimas reservas. Víctimas, pues, del hambre, dejaron unos pocos hombres en el Lugar Santo y los demás se dispersaron cada uno a su casa. Se enteró Lisias de que Filipo, aquel a quien el rey Antíoco había confiado antes de morir la educación de su hijo Antíoco para el trono, había vuelto de Persia y Media y con él las tropas que acompañaron al rey, y que trataba de hacerse con la dirección del gobierno. Entonces se apresuró a señalar la conveniencia de volverse, diciendo al rey, a los capitanes del ejército y a la tropa: «De día en día venimos a menos; las provisiones faltan; la plaza que asediamos está bien fortificada y los negocios del reino nos urgen. Demos, pues, la mano a estos hombres, hagamos la paz con ellos y con toda su nación y permitámosles vivir según sus costumbres tradicionales, pues irritados por habérselas abolido nosotros, se han portado de esta manera.» El rey y los capitanes aprobaron la idea y el rey envió a proponer la paz a los sitiados. Estos la aceptaron y el rey y los capitanes se la juraron. Con esta garantía salieron de la fortaleza y el rey entró en el monte Sión. Pero al ver la fortaleza de aquel lugar, violó el juramento que había hecho y ordenó destruir la muralla que lo rodeaba. Luego, a toda prisa, partió y volvió a Antioquía, donde encontró a Filipo dueño de la ciudad. Le atacó y se apoderó de la ciudad por la fuerza.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Una parte del ejército sirio marchó hacia Jerusalén y la asedió. Otra parte asedió de nuevo la ciudad de Bet Sur, que la intervención de Judas había hecho desistir anteriormente. El rey sirio organizó detalladamente el asedio, con instrumentos adecuados y estrategias. Igualmente los habitantes de Bet Sur se prepararon para organizar la resistencia al asedio enemigo. Pero era el año sabático de la tierra y, por tanto, no tenían suficientes reservas de alimentos. Además, la ciudad había recibido a muchos otros judíos que se habían refugiado entre sus muros para huir de la persecución. El texto destaca que el respeto de la ley del año sabático de la tierra fue el motivo principal que impulsó a los judíos a negociar la paz con el rey atacante. Según la ley (Éxodo 23,10-11), del mismo modo que el hombre, que el séptimo día (el sábado), debía descansar del trabajo manual, también la tierra cada siete años debía dejarse sin cultivar. Los frutos espontáneos que producía debían ser recolectados libremente solo por los pobres y los peregrinos. Dicho año de reposo, llamado sabático, iba de otoño a otoño. Pero no siempre se observaba dicha medida. En este caso es evidente que sí, lo que confirma el renacimiento religioso macabeo, que se caracteriza, precisamente, por la observancia de la ley de los padres. Por otra parte, el motivo que llevó a los macabeos a empezar la revuelta fue precisamente la restauración de la Ley. La falta de alimentos debilitó a los judíos de Bet Sur hasta el punto de que algunos abandonaron la ciudad para ir a buscar algún modo de sustento. Pero cuando estaban a punto de ceder, Lisias, el comandante de las tropas sirias, recibió la noticia de que su rival Filipo había vuelto a Persia encabezando sus tropas. Así pues, decidió volver a su patria: era más importante la conquista del poder en su patria que el asedio de Jerusalén. No lo podía decir abiertamente, por lo que Lisias ideó un verdadero plan de paz: «De día en día venimos a menos; las provisiones faltan; la plaza que asediamos está bien fortificada y los negocios del reino nos urgen. Demos, pues, la mano a estos hombres, hagamos la paz con ellos y con toda su nación y permitámosle vivir según sus costumbres tradicionales, pues irritados por habérselas abolido nosotros, se han portado de esta manera» (vv. 57-59). Más allá de las verdaderas intenciones de Lisias, su plan es inteligente porque elimina el verdadero motivo de la revuelta por parte de los macabeos, es decir, la libertad de profesar libremente su fe. Se cierra así el primer período de las luchas macabeas con el pleno reconocimiento de los derechos particulares del pueblo judío y el paso automático de Judas de su papel de bandido al de jefe legal de su nación.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.