ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 11 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primero de los Macabeos 10,1-21

El año 160, Alejandro Epífanes, hijo de Antíoco, vino por mar y ocupó Tolemaida donde, siendo bien acogido, se proclamó rey. Al tener noticia de ello, el rey Demetrio juntó un ejército muy numeroso y salió a su encuentro para combatir con él. Envió también Demetrio una carta amistosa a Jonatán en que prometía engrandecerle, porque se decía: «Adelantémonos a hacer la paz con ellos antes que Jonatán la haga con Filipo contra nosotros, al recordar los males que le causamos a él, a sus hermanos y a su nación.» Le concedía autorización para reclutar tropas, fabricar armamento y contarse entre sus aliados. Mandaba, además, que le fuesen entregados los rehenes que se encontraban en la Ciudadela. Jonatán fue a Jerusalén y leyó la carta a oídos de todo el pueblo y de los que ocupaban la Ciudadela. Les entró mucho miedo cuando oyeron que el rey le concedía autorización para reclutar tropas. La gente de la Ciudadela entregó los rehenes a Jonatán y él los devolvió a sus padres. Jonatán fijó su residencia en Jerusalén y se dio a reconstruir y restaurar la ciudad. Ordenó a los encargados de las obras levantar las murallas y rodear el monte Sión con piedras de sillería para fortificarlo, y así lo hicieron. Los extranjeros que ocupaban las fortalezas levantadas por Báquides, huyeron; abandonando sus puestos partieron cada uno para su país. Sólo en Bet Sur quedaron algunos de los que habían abandonado la Ley y los preceptos porque esta plaza era su refugio. El rey Alejandro se enteró de los ofrecimientos que Demetrio había hecho a Jonatán. Le contaron además las guerras y proezas que él y sus hermanos habían realizado y los trabajos que habían sufrido. Y dijo: «¿Podremos hallar otro hombre como éste? Hagamos de él un amigo y un aliado nuestro.» Le escribió, pues, y le envió una carta redactada en los siguientes términos: «El rey Alejandro saluda a su hermano Jonatán. Hemos oído que eres un valiente guerrero y digno de ser amigo nuestro. Por eso te nombramos hoy sumo sacerdote de tu nación y te concedemos el título de amigo del rey - le enviaba al mismo tiempo una clámide de púrpura y una corona de oro -. Por tu parte, haz tuya nuestra causa y guárdanos tu amistad.» El séptimo mes del año 160, con ocasión de la fiesta de las Tiendas, vistió Jonatán los ornamentos sagrados; reclutó tropas y fabricó gran cantidad de armanento.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El capítulo diez se abre con la llegada de un nuevo personaje, un tal Balas, que vivía en Esmirna, en los extremos del reino de Pérgamo, y que se hacía pasar por hijo de Antíoco IV Epífanes. Alentado por el rey de Pérgamo, con el apoyo de los reinos de Capadocia y de Egipto, así como de los romanos, todos los cuales tenían interés en debilitar el imperio seléucida, Balas decidió hacer valer su presunto derecho al trono de Antioquía. Llegó a Tolemaida donde fue acogido y apoyado por los numerosos súbditos que estaban descontentos con el excesivamente duro gobierno de Demetrio I, al que le provocó no pocas dificultades. Demetrio I, preocupado por el peligro que podía surgir de una alianza con Jonatán, se apresuró a ganarse el apoyo de los judíos, ofreciéndoles algunos privilegios honoríficos y militares: «Le concedía autorización para reclutar tropas, fabricar armamento y contarse entre sus aliados. Mandaba, además, que le fuesen entregados los rehenes que se encontraban en la Ciudadela» (v. 6). Jonatán, sin revelar abiertamente sus intenciones, se fue de Macmás a Jerusalén, para ejecutar inmediatamente el decreto real. Se comprometió a reconstruir el muro de fortificación que rodeaba la colina del templo y que habían derribado por orden de Antíoco IV y a proceder a «la reconstrucción y restauración de la ciudad» (v. 10). Y no dejó pasar la ocasión propicia para reforzar su poder en Jerusalén. Muchos de los paganos, mayoritariamente mercaderes, que se habían establecido en Jerusalén, viendo que Jonatán había reconquistado el poder, abandonaron Jerusalén para volver a sus tierras de origen. Alejandro, informado de las concesiones que Demetrio había hecho a los judíos, intentó superar en generosidad a su rival ofreciendo a Jonatán el sumo sacerdocio, que en aquel tiempo era la máxima autoridad religiosa y civil del pueblo judío, así como el título de «aliado» del rey. Le dio también una clámida de púrpura y una corona de oro. Durante la fiesta de los Tabernáculos del 152 a.C. Jonatán se puso por primera vez las vestiduras sacerdotales y reunió en su persona la autoridad civil y la religiosa. Aquel hecho no provocó reacciones, entre otros motivos porque la familia de Jonatán pertenecía a una de las 24 clases sacerdotales derivadas de Aharón. Los esenios, en cambio, considerando incorrecta la aceptación por parte de Jonatán del cargo sacerdotal, dejaron de apoyar a los macabeos y se retiraron al desierto en signo de protesta. Lo que parecía evidente en cualquier caso era que el pueblo judío había recuperado su libertad bajo el liderazgo de Jonatán, que había luchado con inteligencia para poder garantizar la fe y su libre ejercicio.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.