ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 12 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primero de los Macabeos 10,22-50

Demetrio, al saber lo sucedido, dijo disgustado: «¿Qué hemos hecho para que Alejandro se nos haya adelantado en ganar la amistad y el apoyo de los judíos? Les escribiré también yo con ofrecimientos de dignidades y riquezas para que sean auxiliares míos.» Y les escribió en estos términos: El rey Demetrio saluda a la nación de los judíos. Nos hemos enterado con satisfacción de que habéis guardado los términos de nuestra alianza y perseverado en nuestra amistad sin pasaros al bando de nuestros enemigos. Continuad, pues guardándonos fidelidad y os recompensaremos por todo lo que por nosotros hagáis. Os descargaremos de muchas obligaciones y os concederemos favores. Y ya desde ahora os libero y descargo a todos los judíos de las contribuciones, del impuesto de la sal y de las coronas. Renuncio también de hoy en adelante a percibir el tercio de los granos y la mitad de los frutos de los árboles que me correspondían, del país de Judá y también de los tres distritos que le son anexionados de Samaría - Galilea... a partir de hoy para siempre. Jerusalén sea santa y exenta, así como todo su territorio, sus diezmos y tributos. Renuncio asimismo a mi soberanía sobre la Ciudadela de Jerusalén y se la cedo al sumo sacerdote que podrá poner en ella de guarnición a los hombres que él elija. A todo judío llevado cautivo de Judá a cualquier parte de mi reino, le devuelvo la libertad sin rescate. Todos queden libres de tributo, incluso sobre sus ganados. Todas las fiestas, los sábados y los novilunios y, además del día fijado, los tres días que las preceden y los tres que las siguen, sean todos ellos días de inmunidad y franquicia para todos los judíos residentes en mi reino: nadie tendrá autorización para demandarles ni inquietarles a ninguno de ellos por ningún motivo. En los ejércitos del rey sean alistados hasta 30.000 judíos que percibirán la soldada asignada a las demás tropas del rey. De ellos, algunos serán apostados en las fortalezas importantes del rey y otros ocuparán puestos de confianza en el reino. Sus oficiales y jefes salgan de entre ellos, y vivan conforme a sus leyes, como lo ha dispuesto el rey para el país de Judá. Los tres distritos incorporados a Judea, de la provincia de Samaría, queden anexionados a Judea y contados por suyos, de modo que, sometidos a un mismo jefe, no acaten otra autoridad que la del sumo sacerdote. Entrego Tolemaida y sus dominios como obsequio al Lugar Santo de Jerusalén para cubrir los gastos normales del Lugar Santo. Por mi parte, daré cada año 15.000 siclos de plata, que se tomarán de los ingresos reales en las localidades convenientes. Todo el excedente que los funcionarios no hayan entregado como en años anteriores, lo darán desde ahora para las obras de la Casa. Además, los 5.000 siclos de plata que se deducían de los ingresos del Lugar Santo en la cuenta de cada año, los cedo por ser emolumento de los sacerdotes en servicio del culto. Todo aquel que por deudas con los impuestos reales, o por cualquier otra deuda, se refugie en el Templo de Jerusalén o en su recinto, quede inmune, él y cuantos bienes posea en mi reino. Los gastos que se originen de las construcciones y reparaciones en el Lugar Santo correrán a cuenta del rey. Los gastos de la construcción de las murallas de Jerusalén y la fortificación de su recinto correrán asimismo a cuenta del rey, como también la reconstrucción de murallas en Judea.» Cuando Jonatán y el pueblo oyeron tales ofrecimientos, no les dieron crédito ni los aceptaron, porque recordaban los graves males que Demetrio había causado a Israel y la opresión tan grande a que les había sometido. Se decidieron, pues, por el partido de Alejandro que, a su parecer, les ofrecía mayores ventajas y fueron aliados suyos en todo tiempo. El rey Alejandro juntó un gran ejército y acampó frente a Demetrio. Los dos reyes trabaron combate y salió huyendo el ejército de Alejandro. Demetrio se lanzó en su persecución y prevaleció sobre ellos. Mantuvo vigorosamente el combate hasta la puesta del sol. Pero en aquella jornada Demetrio sucumbió.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Demetrio, apenas tener conocimiento de la carta que Alejandro envió a Jonatán, inmediatamente escribe una con propuestas aún más favorables respecto a la anterior. Y la dirige no solo a Jonatán sino a todos los judíos probablemente para intentar ganarse también al simpatía del partido simpatizante de los helenistas. El prólogo de la carta se abre con un elogio para todo el pueblo: «Nos hemos enterado con satisfacción de que habéis guardado los términos de nuestra alianza y perseverado en nuestra amistad sin pasaros al bando de nuestros enemigos. Continuad, pues, guardándonos fidelidad y os recompensaremos por todo lo que por nosotros hagáis. Os descargaremos de muchas obligaciones y os concederemos favores» (26-28). Entre las contrapartidas que ofrecía estaban la exención del tributo, incluido el impuesto de la sal que se cogía del Mar Muerto; también la exoneración del pago de fondos «de las coronas»; el rey renunciaba también a la recaudación del tercio de los granos y la mitad de los frutos de los árboles; y concedía la exención de impuestos para él área de Jerusalén y alrededores, que al ser «santa», debían utilizarse para el templo, como en el pasado; también se entregaba la Ciudadela al «sumo sacerdote» (con este gesto Demetrio parece reconocer implícitamente el nuevo reino de Jonatán, que le había concedido Alejandro). Otras concesiones hacen referencia al retorno de los prisioneros, la libertad para los judíos de todo el imperio de cumplir los deberes cívicos los días santos; el servicio en el ejército del rey era financiado por el rey y no por Judá, como era hasta entonces. Especialmente importante fue la concesión de la libertad religiosa (con la exención de la obligación de luchar los sábados). Los judíos obtuvieron también la anexión de tres distritos y de más ingresos para el Templo, que provendrían de otros impuestos. Quedaron anuladas las deudas y se devolvieron las propiedades a aquellos que habían huido para refugiarse al Templo de Jerusalén. La reconstrucción del Templo sería costeada por el rey, así como la construcción del sistema de defensa. Las concesiones –como se ve– fueron muchas. Y tal vez por eso –vista la crueldad con la que anteriormente se había comportado– ni Jonatán, que por otra parte no es nombrado en la carta, ni el pueblo judío creyeron lo que Demetrio escribía en su carta. Así pues, rechazaron el ofrecimiento de Demetrio y aceptaron el de Alejandro. Los dos soberanos se enfrentaron, pues, en batalla y Alejandro derrotó a Demetrio. La decisión de Jonatán y de todo el pueblo judío había sido acertada: habían intuido que la propuesta de Demetrio era engañosa. En todas estas páginas del primer libro de los Macabeos se ve la importancia que se da a la defensa del pueblo y de su fe. Hay que alejar los halagos del mundo, evitando toda ingenuidad y poniendo la confianza solo en el Señor.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.