ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 20 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primero de los Macabeos 12,24-53

Tuvo noticia Jonatán de que los generales de Demetrio habían vuelto con fuerzas mayores que antes con ánimo de atacarle. Partió, pues, de Jerusalén y fue a encontrarles a la región de Jamat, sin darles tiempo a irrumpir en su país. Envió exploradores al campamento enemigo y supo por ellos, a su vuelta, que los enemigos estaban dispuestos para caer sobre ellos a la noche. Cuando se puso el sol, ordenó Jonatán a los suyos que se mantuviesen despiertos y sobre las armas toda la noche, preparados para entrar en combate, y dispuso avanzadillas alrededor del campamento. Cuando supieron los enemigos que Jonatán y los suyos estaban preparados para el combate, sintieron miedo y, llenos de pánico, encendieron fogatas por su campamento y se retiraron. Jonatán y los suyos, como veían brillar las fogatas, no se percataron de su partida hasta el amanecer. Entonces se lanzó Jonatán en su persecución, pero no les pudo dar alcance porque habían atravesado ya el río Eléuteros. Jonatán se volvió contra los árabes llamados zabadeos, los derrotó y se hizo con sus despojos. Levantó luego el campamento, llegó a Damasco y recorrió toda la región. Simón por su parte hizo una expedición hasta Ascalón y las plazas vecinas. Se volvió luego hacia Joppe y la tomó, pues había oído que sus habitantes querían entregar aquella plaza fuerte a los partidarios de Demetrio, y dejó en ella una guarnición para defenderla. Jonatán, de vuelta, reunió la asamblea de los ancianos del pueblo, y decidió con ellos edificar fortalezas en Judea, dar mayor altura a las murallas de Jerusalén y levantar un alto muro entre la Ciudadela y la ciudad para separarlas y para que quedara la Ciudadela aislada y no pudieran comprar ni vender. Se reunieron, pues, para reconstruir la ciudad, pues había caído un trecho de la muralla que daba al torrente por la parte de levante; restauró también el barrio llamado Cafenatá. Por su lado, Simón reconstruyó Jadidá en la Tierra Baja, la fortificó y la guarneció de puertas y cerrojos. Trifón aspiraba a reinar en Asia, ceñirse la diadema y extender su mano contra el rey Antíoco. Temiendo que Jonatán se lo estorbara y le hiciera la guerra, trataba de apoderarse de él y matarle. Se puso, pues, en marcha y llegó a Bet San. Jonatán salió a su encuentro con 40.000 hombres escogidos para la guerra y llegó a Bet San. Vio Trifón que había venido con un ejército numeroso y temió extender la mano contra él. Le recibió con honores, le presentó a todos sus amigos, le hizo regalos y dio orden a sus amigos y a sus tropas que le obedeciesen como a él mismo. Y dijo a Jonatán: «¿Por qué has fatigado a toda esta gente no habiendo guerra entre nosotros? Envíalos a sus casas, elige algunos hombres que te acompañen y ven conmigo a Tolemaida. Te entregaré la ciudad, las demás fortalezas, el resto de las fuerzas y a todos los funcionarios, y luego emprenderé el regreso pues para eso he venido.» Le creyó Jonatán y obró como le decía: despachó sus tropas, que partieron para el país de Judá, y conservó consigo 3.000 hombres de los cuales dejó 2.000 en Galilea y mil le acompañaron. Pero apenas entró Jonatán en Tolemaida cuando los tolemaiditas cerraron las puertas, le apresaron a él y pasaron a filo de espada a cuantos con él habían entrado. Envió Trifón tropas y caballería a Galilea y a la Gran Llanura para acabar con todos los partidarios de Jonatán, pero éstos, enterados de que él había sido apresado y muerto con los que le acompañaban, se animaron unos a otros y avanzaron, cerradas las filas, prontos para combatir. Sus perseguidores, al ver que luchaban por su vida, se volvieron. Aquéllos llegaron todos en paz al país de Judá, lloraron a Jonatán y a sus compañeros y un gran temor se apoderó de ellos. Todo Israel hizo un gran duelo. Todos los gentiles circunvecinos trataban de aniquilarles: «No tienen jefe - decían - ni quien les ayude. Esta es la ocasión de atacarles y borrar su recuerdo de entre los hombres.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El pasaje se abre con la reanudación de las operaciones militares. Jonatán, al conocer la intención de los generales de Demetrio de invadir Palestina, salió de Jerusalén y se dirigió a la zona de Jamat, es decir, la gran llanura entre los montes del Líbano y del Antilíbano, para hacer frente al ejército enemigo. Algunos espías que se habían infiltrado en el campo enemigo revelaron los planes a Jonatán, que organizó la defensa. Los generales de Demetrio, conscientes de la fuerza de Jonatán, pensaron en cogerle por sorpresa. Pero en cuanto supieron que Jonatán estaba preparado para la batalla, los soldados fieles a Demetrio tuvieron miedo y por la noche huyeron y se retiraron más allá del Eléuteros. Jonatán los persiguió pero no los alcanzó. En cualquier caso no detuvo su acción y continuó la marcha decidido a establecer su poder militar sobre todo su territorio. Mientras tanto, Simón se asentó en la costa, en su distrito militar, hasta Jaifa, que conquistó poniendo una guarnición más fiable. Tras volver victorioso a Jerusalén, Jonatán convocó a los ancianos del pueblo para planear otras estructuras de defensa en Judea. Le apremiaba en particular reforzar las defensas de Jerusalén, que habían sido derribadas por Antíoco IV y Antíoco V y se habían reconstruido solo en parte. Decidió también someter a los hombres que guardaban la Ciudadela a hambre hasta que se rindieran. Se empezaron y se completaron los trabajos de reconstrucción del barrio de Cafenatá, cuya ubicación parece ser que era la del «segundo barrio» al noroeste de Jerusalén. Mientras tanto Trifón, ávido de poder, urdió un complot contra el rey Antíoco VI. Pero para que su plan tuviera éxito entendió que era necesario doblegar el creciente poder de los jefes judíos, sobre todo el de Jonatán. Por eso decidió neutralizar a la oposición capturando a Jonatán. Lo atrajo con una treta y Jonatán –que a menudo había pagado cara su ingenuidad– cayó claramente. En el encuentro que tuvo con Trifón en Betsán se dejó convencer para despedir al numerosísimo ejército que había traído consigo. Jonatán se fió y dejó irse a la gran mayoría de los soldados, quedándose solo con mil hombres. Una vez dentro de Tolemaida, Trifón apresó a Jonatán y ordenó exterminar a los soldados que lo habían acompañado. Luego envió el ejército a Galilea para derrotar a los hombres de Jonatán. Estos, no obstante, al saber que Trifón había apresado a Jonatán, no solo no se vinieron abajo sino que se organizaron con gran ímpetu y orgullo. Opusieron una fortísima resistencia al enemigo hasta lograr una retirada estratégica hacia Judea. Al llegar a su patria hicieron un gran luto y todos lloraron a Jonatán, al que creían muerto junto a sus hombres. La noticia de la muerte de Jonatán hizo que los países vecinos se lanzaran contra los judíos para derrotarlos y someterlos: «Todos los paganos circunvecinos trataban de aniquilarlos: “No tienen jefe –decían– ni quien les ayude. Esta es la ocasión de atacarlos y borrar su recuerdo de entre los hombres”» (53).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.