ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 23 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primero de los Macabeos 13,31-53

Trifón, procediendo insidiosamente con el joven rey Antíoco, le dio muerte. Ocupó el reino en su lugar, se ciñó la diadema de Asia y causó grandes estragos en el país. Simón, por su parte, reconstruyó las fortalezas de Judea, las rodeó de altas torres y grandes murallas con puertas y cerrojos, y almacenó víveres en ellas. Además escogió Simón hombres que envió al rey Demetrio intentando conseguir una remisión para la región, dado que toda la actividad de Trifón había sido un continuo robo. El rey Demetrio contestó a su petición y le escribió la siguiente carta: «El rey Demetrio saluda a Simón, sumo sacerdote y amigo de reyes, a los ancianos y a la nación de los judíos. Hemos recibido la corona de oro y la palma que nos habéis enviado y estamos dispuestos a concertar con vosotros una paz completa y a escribir a los funcionarios que os concedan la remisión de las deudas. Cuanto hemos decidido sobre vosotros, quede firme y sean vuestras las fortalezas que habéis construido. Os perdonamos los errores y delitos cometidos hasta el día de hoy y la corona que nos debéis. Si algún otro tributo se percibía en Jerusalén, ya no se exija. Y si algunos de vosotros son aptos para alistarse en nuestra guardia, alístense y haya paz entre nosotros.» El año 170 quedó Israel libre del yugo de los gentiles y el pueblo comenzó a escribir en las actas y contratos: «En el año primero de Simón, gran sumo sacerdote, estratega y hegumeno de los judíos. Por aquellos días puso cerco Simón a Gázara y la rodeó con sus tropas. Construyó una torre móvil que acercó a la ciudad y abriendo brecha en un baluarte, lo tomó. Saltaron los de la torre a la ciudad y se produjo en ella gran agitación. Los habitantes, rasgados los vestidos, subieron a la muralla con sus mujeres e hijos y pidieron a grandes gritos a Simón que les diese la mano. «No nos trates, le decían, según nuestras maldades, sino según tu misericordia.» Simón se reconcilió con ellos y no les atacó, pero les echó de la ciudad y mandó purificar las casas en que había ídolos. Entonces entró en ella con himnos y bendiciones. Echó de ella toda impureza, estableció en ella hombres observantes de la Ley, la fortificó y se construyó en ella para sí una residencia. Los de la Ciudadela de Jerusalén se veían imposibilitados de entrar y salir por la región, de comprar y de vender. Sufrían grave escasez y bastantes de ellos habían perecido de hambre. Clamaron a Simón que hiciera con ellos la paz y Simón se lo concedió. Les echó de allí y purificó de inmundicias la Ciudadela. Entraron en ella el día veintitrés del segundo mes del año 171 con aclamaciones y ramos de palma, con liras, címbalos y arpas, con himnos y cantos, porque un gran enemigo había sido vencido y expulsado de Israel. Simón dispuso que este día se celebrara con júbilo cada año. Fortificó el monte del Templo que está al lado de la Ciudadela y habitó allí con los suyos. Y viendo Simón que su hijo Juan era todo un hombre, le nombró jefe de todas las fuerzas con residencia en Gázara.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Continuando su serie de delitos, Trifón hizo asesinar a su pupilo Antíoco VI y se proclamó rey de Asia, es decir, del imperio seléucida. Mientras tanto, Simón tomó medidas defensivas en vista de un cambio de amistades. Puesto que los impuestos de Trifón vaciaban literalmente las arcas de Judea, y puesto que era el asesino de Jonatán, Simón se pasó con Demetrio. Como primer paso, le envió una embajada que le hizo entrega de una corona de oro y una palma, también de oro. Demetrio, que no estaba en una situación fácil, se alegró de poder aceptar la propuesta de alianza con Simón. Y le concedió todos los favores que pudieran garantizarle su amistad. En la carta que le escribió, el rey confirmaba muchas de las decisiones ya tomadas, además de la exención del tributo anual, un gesto que equivalía a eliminar el «yugo de los paganos», es decir, una independencia de facto. Corría el año 142 a.C. y efectivamente el pueblo judío empezó aquel año a datar una nueva era con el nombre del mismo Simón, a quien se le atribuyeron tres títulos (sumo sacerdote, gobernador y jefe de los judíos) que resumían la plenitud de la autoridad religiosa, política y militar. Simón actúa inmediatamente con gran táctica y habilidad política apagando todos los focos de resistencia siria que debilitaban el reino desde dentro. Conquistó Gázara, la ciudad fortificada por Báquides, que constituía un obstáculo para la unión de Judea con la zona costera. Los habitantes de la ciudad, ante la acción victoriosa de Simón, sobre todo las madres con los niños, subieron a los muros, se rasgaron los vestidos en señal de arrepentimiento y recurrieron a Simón invocando su misericordia. Dijeron: «No nos trates según nuestras maldades, sino según tu misericordia» (46). Es una oración llena de resonancias bíblicas referidas únicamente a Dios. En este caso aquellas mujeres dejan salir de su interior esta extraordinaria oración, demostración de la esperanza que hay en el corazón de toda mujer, especialmente cuando defiende la vida de los pequeños. Simón se dejó tocar el corazón y no exterminó a aquella población. No obstante, los echó a todos para evitar cualquier debilitamiento de la seguridad de todo el pueblo de Judas. Simón hizo otra conquista. La liberación de la Ciudadela de Jerusalén. El asedio los había extenuado. Así pues, le suplicaron a Simón que aceptara su rendición. Y la aceptó. Pero también en esta ocasión tuvieron que irse, de nuevo para garantizar la unión de todo el pueblo sin más filtraciones paganizantes. También el día de la liberación de la Ciudadela fue vivido como un momento histórico. Eran los primeros días de junio de 141. Y se determinó celebrarlo cada año. Y, finalmente, Simón vivió en Jerusalén. Y viendo crecer y madurar a su hijo Juan, lo puso a la cabeza del ejército en vista de la sucesión.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.