ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 27 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primero de los Macabeos 15,1-24

Envió Antíoco, hijo del rey Demetrio, desde las islas del mar una carta a Simón, sacerdote y etnarca de los judíos, y a toda la nación, redactada en los siguientes términos: «El rey Antíoco saluda a Simón, sumo sacerdote y etnarca, y a la nación de los judíos. Puesto que una peste de hombres ha venido a apoderarse del reino de nuestros padres, y he resuelto reivindicar mis derechos sobre él y restablecerlo como anteriormente estaba, y he reclutado fuerzas considerables y equipado navíos de guerra, y quiero desembarcar en el país para encontrarme con los que lo han arruinado y han devastado muchas ciudades de mi reino, ratifico ahora en tu favor todas las exenciones que te concedieron los reyes anteriores a mí y cuantas dispensas de otras donaciones te otorgaron. Te autorizo a acuñar moneda propia de curso legal en tu país. Jerusalén y el Lugar Santo sean libres. Todas las armas que has fabricado y las fortalezas que has contruido y ocupas, queden en tu poder. Cuanto debes al tesoro real y cuanto en el futuro dejes a deber, te sea perdonado desde ahora para siempre. Y cuando hayamos ocupado nuestro reino, te honraremos a ti, a tu nación y al santuario con tales honores que vuestra gloria será conocida en toda la tierra.» El año 174 partió Antíoco para el país de sus padres y todas las tropas se pasaron a él de modo que pocos quedaron con Trifón. Antíoco se lanzó en su persecución y Trifón se refugió en Dora a orillas del mar, porque veía que las desgracias se abatían sobre él y se encontraba abandonado de sus tropas. Antíoco puso cerco a Dora con los 120.000 combatientes y los 8.000 jinetes que consigo tenía. Bloqueó la ciudad, y de la parte del mar se acercaron las naves, de modo que estrechó a la ciudad por tierra y por mar sin dejar que nadie entrase o saliese. Entre tanto, regresaron de Roma Numenio y sus acompañantes trayendo cartas para los reyes y países, escritas de este modo: «Lucio, cónsul de los romanos, saluda al rey Tolomeo. Han venido a nosotros, en calidad de amigos y aliados nuestros, los embajadores de los judíos para renovar nuestra antigua amistad y alianza, enviados por el sumo sacerdote Simón y por el pueblo de los judíos, y nos han traído un escudo de oro de mil minas. Nos ha parecido bien, en consecuencia, escribir a los reyes y países que no intenten causarles mal alguno, ni les ataquen a ellos ni a sus ciudades ni a su país, y que no presten su apoyo a los que los ataquen. Hemos decidido aceptar de ellos el escudo. Si, pues, individuos perniciosos huyen de su país y se refugian en el vuestro, entregadlos al sumo sacerdote Simón para que los castigue según su ley.» Cartas iguales fueron remitidas al rey Demetrio, a Atalo, a Ariarates, a Arsaces y a todos los países: a Sámpsamo, a los espartanos, a Delos, a Mindos, a Sición, a Caria, a Samos, a Panfilia, a Licia, a Halicarnaso, a Rodas, a Fasélida, a Cos, a Side, a Arados, a Gortina, a Cnido, a Chipre y a Cirene. Redactaron además una copia de esta carta para el sumo sacerdote Simón.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El texto recupera la narración de algunos episodios de los judíos asociados a acontecimientos de Siria. Se habla de Antíoco que sube al trono en el lugar de su hermano Demetrio II, prisionero de los partos. Había crecido en Side, en Panfilia. Antíoco, apenas alcanza el poder, para granjearse el apoyo de los judíos a sus reivindicaciones al trono de Antioquía, escribe a Simón reconociéndole todos los títulos y todas las concesiones hechas anteriormente a los judíos por el rey de Siria. En realidad Antíoco sigue en todo la política de su padre y de su hermano: hace grandes concesiones cuando necesita aliados, para negar sus palabras una vez pasa el peligro. Los judíos, por otra parte, habían tomado cada vez mayor conciencia de la independencia que habían alcanzado en la práctica. Prueba concreta de ello eran las concesiones, incluida la facultad de acuñar moneda propia que aquí se menciona por primera vez (6). Toda Judea estaba ya en manos judías y se escapaba al control de Antíoco. Trifón, durante el cautiverio de Demetrio, había intentado hacerse con todo el poder luchando directamente contra los príncipes de la familia real que gobernaban las distintas provincias del imperio. Por su tiranía muchas tropas lo abandonaron, concentrándose en Seleucia ante la reina Cleopatra, esposa de Demetrio, quien, para evitar que la ciudad fuera entregada a Trifón, se dirigió a Antíoco ofreciéndole su mano y el reino. Cuando Antíoco desembarcó en Seleucia encontró a las tropas dispuestas a unirse a él y atacó a Trifón que se vio obligado a huir hacia Fenicia y a refugiarse en Dora, ciudad cerca del Carmelo. Llegados a este punto el autor interrumpe la narración del asedio que Antíoco hizo sobre Dora para informar del resultado de la embajada de Simón a Roma, que había llevado como obsequio un escudo de oro para el Senado romano. Es como si quisiera destacar la diferencia entre la benevolencia que mostraron los romanos hacia los judíos y la ingratitud de los soberanos seléucidas. La carta probablemente es del cónsul Lucio Calpurnio Pisón. Las recomendaciones de los romanos a Tolomeo y a los demás destinatarios van más allá de una simple renovación de amistad y de alianza. Los romanos intervienen con autoridad ante pueblos extraños a la alianza –en la carta se da una lista–, y se pronuncian a favor de los judíos, recomendándoles no hacerles daño luchando directamente contra ellos o ayudando a sus enemigos. Las palabras sugieren a los pueblos vecinos hasta qué punto Roma tenía en gran estima a Simón y al pueblo judío. Era un ejemplo de estrategia global para establecer un orden de paz que Roma ya podía permitirse.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.