ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 29 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primero de los Macabeos 16,1-24

Subió Juan de Gázara y comunicó a su padre Simón las actividades de Cendebeo. Simón llamó entonces a sus dos hijos mayores, Judas y Juan, y les dijo: «Mis hermanos y yo y la casa de mi padre hemos combatido a los enemigos de Israel desde nuestra juventud hasta el día de hoy y llevamos muchas veces a feliz término la liberación de Israel; pero ahora ya estoy viejo mientras que vosotros, por la misericordia del Cielo, estáis en buena edad. Ocupad, pues, mi puesto y el de mi hermano, salid a combatir por nuestra nación y que el auxilio del Cielo sea con vosotros.» Escogió luego en el país 20.000 combatientes y jinetes que partieron contra Cendebeo y pasaron la noche en Modín. Al levantarse de mañana, avanzaron hacia la llanura y he aquí que un ejército numeroso, infantería y caballería, venía a su encuentro. Un torrente se interponía entre ellos. Juan con sus tropas tomó posiciones frente al enemigo y advirtiendo que sus tropas tenían miedo de pasar el torrente, lo pasó él el primero, y sus hombres, al verle, pasaron detrás de él. Dividió su ejército (en dos cuerpos) y puso a los jinetes en medio de los de a pie, pues la caballería de los contrarios era muy numerosa. Tocaron las trompetas y Cendebeo y su ejército salieron derrotados. Muchos de ellos cayeron heridos de muerte y los que quedaron huyeron en dirección a la fortaleza. Entonces cayó herido Judas, el hermano de Juan. Pero Juan los persiguió hasta que Cendebeo entró en Cedrón que él había construido. Fueron también a refugiarse en las torres que hay por los campos de Azoto y Juan le prendió fuego. Unos 2.000 de ellos sucumbieron y Juan regresó en paz a Judea. Tolomeo, hijo de Abubos, había sido nombrado estratega de la llanura de Jericó y poseía mucha plata y oro, pues era yerno del sumo sacerdote. Su corazón se ensoberbeció tanto que aspiró a apoderarse del país, para lo cual tramaba quitar a traición la vida a Simón y a sus hijos. Yendo Simón de inspección por las ciudades del país preocupándose de su administración, bajó con sus hijos, Matatías y Judas, a Jericó. Era el año 177 en el undécimo mes que es el mes de Sebat. El hijo de Abubos los recibió traidoramente en una pequeña fortaleza llamada Dok que él había construido, les dio un gran banquete y ocultó allí hombres. Cuando Simón y sus hijos estuvieron bebidos, se levantó Tolomeo con los suyos, tomaron sus armas y lanzándose sobre Simón en la sala del banquete, le mataron a él, a sus dos hijos y a algunos de sus servidores. Cometió de esta manera una gran alevosía y devolvió mal por bien. Luego escribió Tolemeo al rey contándole lo ocurrido y pidiéndole que le enviara tropas en su auxilio para entregarle el país y sus ciudades. Envió otros a Gázara para quitar de en medio a Juan. Escribió a los quiliarcos invitándoles a venir donde él para darles plata, oro y otras dádivas. Envió otros que se apoderasen de Jerusalén y del monte del santuario. Pero adelantándose uno, anunció a Juan en Gázara que su padre y sus hermanos había perecido y añadió: «Ha enviado gente a matarte a ti también.» Al oír estas noticias quedó profundamente afectado, prendió a los hombres que venían a matarle y les dio muerte, pues sabía que pretendían asesinarle. Las restantes actividades de Juan, sus guerras, las proezas que llevó a cabo, las murallas que levantó y otras empresas suyas están escritas en el libro de los Anales de su pontificado a partir del día en que fue nombrado sumo sacerdote como sucesor de su padre.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El capítulo dieciséis narra la conclusión de la historia de los hermanos macabeos. Es una conclusión en parte gloriosa por las virtudes militares de la nueva generación, representada por los hijos de Simón, que hacen frente y derrotan a las tropas enemigas de Antíoco VII (1-10). Cuando Juan Hircano, cuya fortaleza de Gázara (13,53) estaba muy cerca de la base operativa de Cendebeo, informó a su padre de lo que estaba pasando, Simón, de ya casi sesenta años, envío a Juan y a Judas, otro hijo suyo, a conjurar la amenaza que representaba Cendebeo. Les confió su propia obra: «Mis hermanos y yo y la casa de mi padre hemos combatido a los enemigos de Israel desde nuestra juventud hasta el día de hoy y llevamos muchas veces a feliz término la liberación de Israel. Pero ahora ya estoy viejo, mientras que vosotros, por la misericordia del Cielo, estáis en buena edad. Ocupad, pues, mi puesto y el de mi hermano, salid a combatir por nuestra nación y que el auxilio del Cielo sea con vosotros» (2-3). Juan se puso inmediatamente a la cabeza de las tropas y, dando ejemplo de valentía, fue contra Cebedeo. Su ejemplo arrastró a todos los soldados. Y el adversario fue derrotado. Pero la sed de poder se había infiltrado en las filas de los seguidores macabeos y los primeros que lo pagaron fueron precisamente Simón y dos hijos suyos que fueron víctimas de un atentado. Tolomeo, yerno de Simón, movido por la ambición, tramó contra su suegro y sus cuñados. Como gobernador de la fértil región situada inmediatamente al norte del mar Muerto, invitó a Simón con sus hijos Judas y Matatías a un banquete en Doc y allí los asesinó a los tres. Tolomeo, para alcanzar su objetivo, no dudó en pasarse al bando enemigo de su pueblo. Estaba casi seguro de que Antíoco VII lo ayudaría y le confiaría el mando de la región judía. Conocía bien las tensiones que se habían producido entre Simón y el rey de Siria. Escribió a Antíoco VII para pedirle tropas y al mismo tiempo envió a sus hombres a Gázara para que asesinaran a Juan. Pero este, advertido a tiempo, eliminó a los que iban a asesinarle. El autor sagrado se detiene en este episodio sangriento, dejando entender que el hijo de Simón salió victorioso gracias a la información que le habían proporcionado personas que le eran fieles. Por otras fuentes sabemos que Juan volvió a Jerusalén, donde fue recibido festivamente por el pueblo y logró echar a su cuñado Tolomeo. En los dos últimos versículos finales el autor se inspira en el estilo de los libros de los Reyes, en los que al final de la vida de cada soberano de Judá o de Israel encontramos casi siempre una alusión a otras fuentes históricas que el autor, por brevedad, omite. De ese modo el autor destaca su vínculo con las historias del pasado del pueblo de Israel. Es una historia única que continúa con todas sus contradicciones e infidelidades humanas pero que conserva de manera ininterrumpida la fidelidad de Dios a su pueblo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.