ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los apóstoles
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los apóstoles

Recuerdo del apóstol Andrés. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los apóstoles
Sábado 30 de noviembre

Salmo responsorial

Salmo 134 (135)

Alabad el nombre de Yahveh,
alabad, servidores de Yahveh,

que servís en la Casa de Yahveh,
en los atrios de la Casa del Dios nuestro.

Alabad a Yahveh, porque es bueno Yahveh,
salmodiad a su nombre, que es amable.

Pues Yahveh se ha elegido a Jacob,
a Israel, como su propiedad.

Bien sé yo que es grande Yahveh,
nuestro Señor más que todos los dioses.

Todo cuanto agrada a Yahveh,
lo hace en el cielo y en la tierra,
en los mares y en todos los abismos.

Levantando las nubes desde el extremo de la tierra,
para la lluvia hace él los relámpagos,
saca de sus depósitos el viento.

El hirió a los primogénitos de Egipto,
desde el hombre al ganado;

mandó señales y prodigios
en medio de ti, Egipto,
contra Faraón y todos sus siervos.

Hirió a naciones en gran número,
dio muerte a reyes poderosos,

a Sijón, rey de los amorreos,
a Og, rey de Basán,
y a todos los reinos de Canaán;

y dio sus tierras en herencia,
en herencia a su pueblo Israel.

¡Yahveh, tu nombre para siempre,
Yahveh, tu memoria de edad en edad!

Porque Yahveh a su pueblo hace justicia,
y se compadece de sus siervos.

Los ídolos de las naciones, plata y oro,
obra de manos de hombre

tienen boca y no hablan,
tienen ojos y no ven;

tienen oídos y no oyen,
ni un soplo siquiera hay en su boca.

Como ellos serán los que los hacen,
cuantos en ellos ponen su confianza.

Caza de Israel, bendecid a Yahveh,
casa de Aarón, bendecid a Yahveh,

casa de Leví, bendecid a Yahveh,
los que a Yahveh teméis, bendecid a Yahveh.

¡Bendito sea Yahveh desde Sión,
el que habita en Jerusalén!

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.