ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Recuerdo de San Francisco Javier, jesuita del siglo XVI, misionero en India y Japón. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 3 de diciembre

Salmo responsorial

Salmo 135 (136)

¡Dad gracias a Yahveh, porque es bueno,
porque es eterno su amor!

Dad gracias al Dios de los dioses,
porque es eterno su amor;

dad gracias al Señor de los señores,
porque es eterno su amor.

El solo hizo maravillas,
porque es eterno su amor.

Hizo los cielos con inteligencia,
porque es eterno su amor;

sobre las aguas asentó la tierra,
porque es eterno su amor.

Hizo las grandes lumbreras,
porque es eterno su amor;

el sol para regir el día,
porque es eterno su amor;

la luna y las estrellas para regir la noche,
porque es eterno su amor.

Hirió en sus primogénitos a Egipto,
porque es eterno su amor;

y sacó a Israel de entre ellos,
porque es eterno su amor;

con mano fuerte y tenso brazo,
porque es eterno su amor.

El mar de Suf partió en dos,
porque es eterno su amor;

por medio a Israel hizo pasar,
porque es eterno su amor;

y hundió en él a Faraón con sus huestes,
porque es eterno su amor.

Guió a su pueblo en el desierto,
porque es eterno su amor;

hirió a grandes reyes,
porque es eterno su amor;

y dio muerte a reyes poderosos,
porque es eterno su amor;

a Sijón, rey de los amorreos,
porque es eterno su amor;

y a Og, rey de Basán,
porque es eterno su amor.

Y dio sus tierras en herencia,
porque es eterno su amor;

en herencia a su siervo Israel,
porque es eterno su amor.

En nuestra humillación se acordó de nosotros,
porque es eterno su amor;

y nos libró de nuestros adversarios,
porque es eterno su amor.

El da el pan a toda carne,
porque es eterno su amor;

¡Dad gracias al Dios de los cielos,
porque es eterno su amor!

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.