ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 10 de diciembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 18,12-14

¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas, ¿no dejará en los montes las noventa y nueve, para ir en busca de la descarriada? Y si llega a encontrarla, os digo de verdad que tiene más alegría por ella que por las 99 no descarriadas. De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús pronuncia las palabras del Evangelio que hemos escuchado en un momento de polémica con los fariseos, que pretendían ser la guía del pueblo de Israel. Jesús estigmatiza la actitud puritana de los fariseos que se vuelve áspera e intolerante con quien es débil y se equivoca, y presenta por el contrario al buen pastor cuya primera virtud es la misericordia. Por eso narra la parábola de la oveja perdida: “¿Qué ocurre si una oveja se pierde?”. La reacción espontánea del pastor -pero de un pastor bueno y atento a cada oveja- es dejar las demás en lugar seguro y ponerse a buscar la oveja perdida. Y la búsqueda no acaba hasta que la encuentra. Al hacer la búsqueda, el buen pastor no se pone a pensar en la culpa de la oveja, es decir, en si se ha equivocado o no. Lo que cuenta es la responsabilidad del pastor de no perder ninguna, por encima de lo que las ovejas hayan podido hacer. El extravío, incluso de una sola, no disminuye el cuidado del pastor hacia ella, es más, lo acrecienta. Este es el sentido profundo de esta brevísima página evangélica que toca las profundidades de la responsabilidad fraternal que debemos tener los unos hacia los otros. El evangelista añade después que si la encuentra –desgraciadamente no siempre la búsqueda llega a buen término- “tiene más alegría por ella que por las noventa y nueve no descarriadas”. Y, saliendo de la parábola, Jesús aclara que la voluntad del Padre es que ninguno se pierda. Es más, ha mandado a su propio Hijo precisamente para esto, para encontrar lo que se había perdido. Ante el poco cuidado que muchas veces tenemos los unos de los otros, el Señor, por el contrario, cuida de cada uno a partir de los que se han extraviado. La mirada de Dios se posa sobre cada persona y de cada una se hace cargo con gran amor y responsabilidad. He aquí la calidad que debe tener el amor en la vida de las comunidades cristianas; un amor no sólo no masificado –como desgraciadamente muchas veces ocurre- sino que se dirige a cada uno como si fuese el único. Cada discípulo debe tener el mismo cuidado que tiene Dios hacia cada hermano y hermana. De un amor como éste es de donde nace la alegría y la fiesta de la fraternidad. Escuchando esta página evangélica no podemos no interrogarnos sobre la cualidad del amor que tenemos entre nosotros y en nuestras comunidades cristianas. ¡Cuántos se debilitan y a veces incluso se alejan sin que nadie se haga cargo de ellos! Jesús, buen pastor, nos llama a la primacía del amor por los demás, sobre todo de los débiles y de quien se deja llevar por el pecado, por la concentración sobre sí, y por la soledad de este mundo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.