ORACIÓN CADA DÍA

Fiesta de la Madre de Dios
Palabra de dios todos los dias

Fiesta de la Madre de Dios

Fiesta de María Madre de Dios
Oración por la paz en el mundo y por el fin de todas las guerras.
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Libretto DEL GIORNO
Fiesta de la Madre de Dios
Miércoles 1 de enero

Homilía

La liturgia nos invita a mirar a María para festejarla y venerarla como Madre de Dios. Han pasado siete días desde la Navidad, desde que nuestros ojos se han dirigido hacia ese Niño y hacia todos los pequeños y los débiles de este mundo. Hoy la Iglesia siente la necesidad de mirar también a la Madre y hacerle fiesta. Pero -es bueno subrayarlo- la contemplamos, pero no la encontramos sola. Los pastores, apenas llegaron a Belén, “encontraron a María y a José, y al niño” (v. 16). Es hermoso imaginar a Jesús niño, ya no en el pesebre sino en los brazos de María: ella lo muestra a aquellos humildes pastores, y lo sigue mostrando a los humildes discípulos de todo tiempo. María sosteniendo a Jesús sobre las rodillas o en los brazos es una de las imágenes más familiares y tiernas del misterio de la encarnación. En la tradición de la Iglesia de Oriente es tan fuerte la relación entre esa madre y ese hijo que no se encuentra nunca una imagen de María sin Jesús; ella existe para ese Hijo, su cometido es engendrarlo y mostrarlo al mundo. Es el icono de María, Madre de Jesús, pero también es la imagen de la Iglesia y de todo creyente: abrazar con cariño al Señor y mostrarlo al mundo. Como aquellos pastores, que al salir de la cueva se volvieron glorificando y alabando a Dios, con la misma energía y el mismo impulso también nosotros, que salimos de la celebración litúrgica, deberíamos entrar en el nuevo año que comienza con la alegría de esos pastores después del encuentro con la Madre y el Niño. Y sería verdaderamente un gran consuelo si todavía hoy alguien pudiera escribir: “Todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían” (v. 18). ¡Por desgracia la gente de nuestras ciudades se sorprende por cosas bien distintas! Pero quizá deberíamos preguntarnos también si hay “pastores” (y no me refiero sólo a los sacerdotes; cada creyente es a su modo un “pastor”) que sepan comunicar a la gente de nuestras ciudades la alegría del encuentro con ese Niño.
Es una tradición ya consolidada que el primer día del año la Iglesia se reúna en oración para invocar la paz. El papa, con su mensaje, continúa exhortando a todos los creyentes y a los hombres de buena voluntad a caminar por los senderos de la justicia y la paz. Sabemos sin embargo que la paz es un don que viene de lo alto, es un fruto del Espíritu del amor que actúa en el corazón de los hombres. Que venga el Espíritu del Señor y transforme los corazones de los creyentes, para que ablande su dureza y se enternezcan ante la debilidad del Niño. Que transforme los corazones de nuestras ciudades y países, para que el odio, la envidia, la maledicencia, los abusos y el desinterés, sean apartados y crezca la solidaridad. Que transforme el corazón de nuestro país para que no continúe marcado por el individualismo, el interés de pequeños grupos y el crimen, e ilumine las mentes para que abunden el perdón, la misericordia y el sentido del bien común. Que transforme el corazón de las naciones y de los pueblos en guerra, para que sean desarmados los espíritus violentos y cobren nuevas fuerzas los trabajadores por la paz. Que transforme el corazón de los pueblos ricos, para que no permanezcan ciegos ante las necesidades de los pueblos pobres y compitan más bien en generosidad. Que transforme el corazón de las naciones y los pueblos pobres para que abandonen los caminos de la violencia y marchen por los del desarrollo. Que transforme el corazón de todo hombre y de toda mujer para que redescubran el rostro del único Dios, padre de todos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.