ORACIÓN CADA DÍA

Oración por los enfermos
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos
Lunes 13 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 1,14-20

Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva.» Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: «Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres.» Al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes; y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Con este lunes comienza la primera de las treinta y cuatro semanas llamadas “del tiempo ordinario”, es decir, del tiempo litúrgico que no recuerda momentos especiales del Señor. Desde hoy hasta la novena semana la liturgia nos hará meditar el Evangelio según Marcos (seguirá por tanto el de Mateo hasta el vigésimo primer domingo, y después el Evangelio según Lucas hasta el trigésimo cuarto). El Evangelio de Marcos es el primero en escribirse, y, a diferencia de los otros dos sinópticos, comienza directamente con la narración de la vida pública de Jesús. Ayer la liturgia nos hizo celebrar la memoria del Bautismo de Jesús; hoy nos muestra el comienzo de su predicación. Marcos señala que Jesús se dirige a Galilea después de que Juan había sido “arrestado”. La palabra profética que anunciaba un tiempo nuevo estaba como encadenada. Jesús, desde este preciso momento, decide comenzar a recorrer los caminos de su tierra para anunciar a todos la “buena noticia”. Es la primera vez que aparece el término “Evangelio”, es decir, “buena noticia”. No se trata de una palabra abstracta que se pronuncia para después desvanecerse en la niebla de la desmemoria de los hombres. El Evangelio es Jesús mismo. Él es la buena noticia que hay que creer y comunicar a los hombres para que le confíen a él su vida. Con las palabras y con las obras, Jesús muestra que el reino del amor ha llegado en medio de los hombres. Con él comienza una nueva historia de amor y de amistad para la humanidad. Esta es la “buena noticia” que los hombres debían –y todavía hoy deben- escuchar. Quien la escucha y la hace suya, cambia su vida. La historia de la predicación cristiana da aquí sus primeros pasos. Y de inmediato se ven los frutos. Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús ve a Simón y a Andrés, dos hermanos pescadores, y les invita de inmediato a seguirle: “Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres”. Ellos dos, aunque ocupados largando nuevamente sus redes, acogen la invitación y le siguen sin titubeos. Esta primera escena sintetiza toda la historia del seguimiento de los discípulos de todos los tiempos. En efecto, en toda generación, incluso en la nuestra, el Señor pasa y llama a hombres y mujeres a seguirlo. Y no se detiene: continuando su camino a orillas del lago de Tiberíades, Jesús encuentra a otros dos hermanos, Santiago y Juan. También a ellos les llama. Y ellos, después de escucharle, dejan las redes y le siguen. Es el comienzo de la nueva fraternidad comenzada por Jesús y que continúa todavía hoy, siempre por el mismo camino de la escucha y la obediencia.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.